Por
aquel entonces, el Emperador Augusto emitió un decreto para llevar a cabo un
censo en el cual todas las personas debían registrarse en un lugar determinado
según sus respectivas provincias, ciudades y familias. Hasta Belén, cerca de la
ciudad de Jerusalén, llegaron San José y la Virgen María
procedentes de Nazaret, y estando allí, le llegó la hora de dar a luz de la Virgen , trayendo al mundo a
su divino Hijo a quien envolvió en lienzos y lo recostó en la paja del pesebre.
Es
así que, cuando se cumplió el tiempo, de acuerdo con el anuncio de los
profetas, Jesús llamado el Cristo, Hijo de Dios eterno, se encarnó en el seno
de la Virgen María
y, hecho hombre, nació de ella para la redención de la humanidad.
«Hoy, en la ciudad de David, os ha
nacido un Salvador: el Mesías, el Señor» (Lc 2,11). El Señor está presente.
Desde este momento, Dios es realmente un «Dios con nosotros»… Dios ha entrado
en el mundo. Es quien está a nuestro lado. Cristo resucitado lo dijo a los
suyos, nos lo dice a nosotros: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Por vosotros ha nacido el Salvador… Ésta es
una noticia que no puede dejarnos indiferentes. Si es verdadera, todo cambia.
Si es cierta, también me afecta a mí. Y, entonces, también yo debo decir como
los pastores: Vayamos, quiero ir derecho a Belén y ver la Palabra que ha sucedido
allí… El Ángel había dicho a los pastores: «Aquí tenéis la señal: encontraréis
un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12; cf. 16). La
señal de Dios, la señal que ha dado a los pastores y a nosotros, no es un
milagro clamoroso. La señal de Dios es su humildad. La señal de Dios es que Él
se hace pequeño; se convierte en niño; se deja tocar y pide nuestro amor.”
Benedicto XVI