Santa Teresa del Niño Jesús
nació en Francia en 1873 y murió en 1897. Fue proclamada Patrona Universal de
las Misiones por el papa Pio XII y Doctora de la Iglesia por Juan Pablo II.
Teresa se había entregado con
entera decisión y conciencia a la tarea de ser santa. Sin perder el ánimo, ante
la aparente imposibilidad de alcanzar las cumbres más elevadas del olvido de sí
misma, solía repetirse: "Dios no puede inspirar deseos irrealizables, por
eso puedo, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad… he de soportarme tal
y como soy, con todas mis imperfecciones".
Cuando sólo tenía quince años,
le pidió permiso a su padre para entrar al convento de las carmelitas y él dijo
que sí. Las monjas del convento y el obispo de Bayeux opinaron que era muy
joven y que debía esperar. Algunos meses más tarde fueron a Roma en una
peregrinación para pedir permiso al papa que, impresionado por su aspecto y
modales y le dijo que si era la voluntad de Dios así sería. Teresita rezó mucho
en todos los santuarios de la peregrinación y con el apoyo del Papa, logró
entrar en el convento. Cumplió con las reglas y deberes de los carmelitas.
Oraba con un inmenso fervor por los sacerdotes y los misioneros.
En el Carmelo vivió dos
misterios: la infancia de Jesús y su pasión. Por ello, solicitó llamarse sor
Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Se ofreció a Dios como su instrumento.
Trataba de renunciar a imaginar y pretender que la vida cristiana consistiera
en una serie de grandes empresas, y de recorrer de buena gana y con buen ánimo
el camino del niño que se duerme sin miedo en los brazos de su padre.
La santidad de Santa Teresita
no se basa en fenómenos extraordinarios. Se basa en "hacer de manera
extraordinaria las cosas más ordinarias y corrientes".