“Dios no ha de forzar nuestra voluntad; toma lo que
le damos;
mas no se da a sí del todo hasta que nos damos del
todo"
Teresa
nació en la ciudad castellana de Ávila en 1515.
A los siete años, tenía ya gran predilección por la lectura de las vidas
de santos. Junto con su hermano Rodrigo resolvieron partir al país de los moros
con la esperanza de morir por la fe. Así pues, partieron de su casa a
escondidas, rogando a Dios que les permitiese dar la vida por Cristo; pero se
toparon con uno de sus tíos, quien los devolvió a los brazos de su afligida
madre. Por esto, Teresa y Rodrigo decidieron vivir como ermitaños en su propia
casa. Teresa amaba desde entonces la
soledad. Siendo Joven, Teresa empezó
a reflexionar seriamente sobre la vida religiosa que le atraía y le repugnaba a
la vez. Ingresó al convento carmelita de la Encarnación, a pesar de que su
padre se oponía (tenía 20 años).
A
principios del siglo XVI, Las carmelitas, como la mayoría de las religiosas,
habían decaído… Los recibidores de los conventos de Avila eran una especie de
centro de reunión de las damas y caballeros de la ciudad. Las religiosas podían
salir de la clausura con el menor pretexto, de suerte que el convento era el
sitio ideal para quien deseaba una vida fácil y sin problemas. Las comunidades
eran sumamente numerosas, lo cual era a la vez causa y efecto de la relajación.
Este modo de vida se aceptaba como normal y se apartaba mucho del espíritu de
los fundadores. Así, cuando una sobrina de Santa Teresa, que era también
religiosa en el convento de la, le sugirió la idea de fundar una comunidad
reducida, la santa la consideró como una especie de revelación del cielo.
Teresa, que llevaba ya veinticinco años en el convento, resolvió poner en práctica la idea y fundar un convento reformado. La santa estableció la más estricta
clausura y el silencio casi perpetuo. El convento carecía de rentas y reinaba
en él la mayor pobreza; las religiosas vestían toscos hábitos, usaban sandalias
en vez de zapatos (por ello se les llamó descalzas) y estaban obligadas a
la perpetua abstinencia de carne. Santa Teresa no admitió al principio más que
13 religiosas, pero luego aceptó que hubiese 21.
Por otra parte, La Iglesia califica de
"celestial" la doctrina de Santa Teresa. Las obras de la “mística Doctora" ponen al descubierto los
rincones más recónditos del alma humana. Sus escritos subrayan sobre todo el
espíritu de oración, la manera de practicarlo y los frutos que produce. Teresa
era una mujer relativamente inculta, que escribió sus experiencias en la
común lengua castellana de los habitantes de Avila, que ella había aprendido
"en el regazo de su madre"; escribió sin valerse de otros libros, sin
haber estudiado previamente las obras místicas y sin tener ganas de escribir,
porque ello le impedía dedicarse a hilar. La
santa empezó a escribir su autobiografía por mandato de su confesor,
sometiendo así, sin reservas sus escritos al juicio del mismo y, sobre todo, al
juicio de la Iglesia.