Cuenta la leyenda que la
Virgen María se apareció en 1208 a Santo Domingo de Guzmán en una capilla del
monasterio de Prouilhe (Francia) con un rosario en las manos, le enseñó a rezarlo
y le dijo que lo predicara entre los hombres; además, le ofreció diferentes
promesas referentes al rosario. El santo se lo enseñó a los soldados liderados
por su amigo Simón IV de Montfort antes de la Batalla
de Muret, cuya victoria se atribuyó a la Virgen. Por ello, Montfort erigió la
primera capilla dedicada a esta advocación.
En el siglo XV
su devoción había decaído, por lo que nuevamente la imagen se apareció al beato
Alano de Rupe,
le pidió que la reviviera, que recogiera en un libro todos los milagros
llevados a cabo por el rosario y le recordó las promesas que siglos atrás dio a
Santo Domingo.
En el siglo XVI,
San Pío V
instauró su fecha el 7 de octubre, aniversario de la victoria en la Batalla de Lepanto, donde las fuerzas
cristianas derrotaron a los turcos que invadían Europa (atribuida a la Virgen),
denominándola Nuestra Señora de las Victorias; además, agregó a la letanía de
la Virgen el título de Auxilio de los Cristianos. Su sucesor, Gregorio XIII,
cambió el nombre de su festividad al de Nuestra Señora del Rosario.2
A causa de la victoria en la batalla de Temesvár en 1716, atribuida por Clemente XI
a la imagen, el papa ordenó que su fiesta se celebrase por la Iglesia
universal. León XIII, cuya devoción por esta advocación
hizo que fuera apodado el Papa del Rosario, escribió unas encíclicas
referentes al rosario, consagró el mes de octubre
al rosario e incluyó el título de Reina de Santísimo Rosario en la letanía de
la Virgen.2
Como anécdotas, tanto la Virgen de Lourdes en su aparición de 1858 como la de Fátima en 1917 pidieron a sus
videntes que rezasen el rosario. Gran parte de los papas del siglo XX
fueron muy devotos de esta advocación, y Juan Pablo II
manifestó en 1978
que el rosario era su oración preferida.