“Una oración valiente,
humilde y fuerte realiza milagros”, aseguró el Papa en la misa celebrada en
Santa Marta. La liturgia del día presenta el pasaje del Evangelio en el que los
discípulos no consiguen curar a un niño; debe intervenir Jesús mismo, que se
lamenta de la incredulidad de los presentes; al padre del niño que le pide
ayuda le responde que "todo es posible para el que cree".
El Papa Francisco observó
que, a menudo, incluso los que quieren mucho a Jesús no se arriesgan demasiado
en su fe y no se confían completamente a Él. "Pero ¿por qué esta
incredulidad? -dijo-. Creo que es el mismo corazón que no se abre, el corazón
cerrado, el corazón que quiere tener todo bajo control".
Es un corazón, por tanto, "que no se
abre" y que "no deja a Jesús el control de las cosas" –explicó
el Papa- y cuando los discípulos le preguntaron por qué no habían podido curar
al joven, el Señor respondió: "Esta especie de demonio no se puede
expulsar de ninguna manera si no es con la oración".
"Todos nosotros –destacó
Francisco- tenemos un poco de incredulidad, dentro": es necesaria
"una oración fuerte, y esta oración humilde y fuerte hace que Jesús pueda
hacer el milagro". "La oración para pedir un milagro, para pedir una
acción extraordinaria –prosiguió- debe ser una oración comprometida que
comprometa a todos".
Refiriéndose a esto, el
Papa recordó un episodio sucedido en Argentina: una niña de 7 años enfermó y
los médicos le daban pocas horas de vida. El padre, un electricista,
"hombre de fe", "se volvió un poco loco –relató el Pontífice-. Y
en esta locura, cogió un autobús para ir al Santuario mariano de Luján, a unos
70 km de distancia".
"Llegó a las nueve de
la noche, cuando estaba todo cerrado -relató-. Y comenzó a rezarle a la Virgen,
con las manos en la cancela de hierro. Y rezaba y rezaba, y lloraba y rezaba… y
así permaneció toda la noche. Pero este hombre luchaba: luchaba contra Dios,
luchaba contra Dios para conseguir la curación de su niña. Después, a las seis
de la mañana volvió a la parada, cogió el autobús y llegó a casa, al hospital a
las nueve, más o menos. Encontró a su mujer llorando. Y pensó lo peor. ''¿Qué
pasa? ¡No lo entiendo, no lo entiendo! ¿Qué ha pasado?'', ''Que han venido los
doctores y me han dicho que la fiebre se ha ido, que respira bien, ¡que no
tiene nada! La dejarán dos días más, pero que no entienden qué ha pasado''.
Esto sucede hoy en día, ¿eh?, ¡los milagros existen!".
Pero es necesario rezar
con el corazón, concluyó el Papa. "Una oración valiente, que lucha para
llegar al milagro; no las oraciones por cortesía: ''Rezaré por ti: digo un
Padrenuestro, un Avemaría y me olvido. No: una oración valiente como la de
Abraham que luchaba con el Señor para salvar la ciudad, como la de Moisés, que
rezaba con las manos en alto y se cansaba, rezando al Señor; como la de tantas
personas, de tanta gente que tiene fe y con la fe reza, reza".
"La oración hace
milagros ¡debemos creerlo! Creo que hoy podríamos rezar una oración y decirle
al Señor todo el día: ''Creo, Señor, ayuda a mi incredulidad… y cuando nos
pidan que recemos por la gente que sufre en las guerras, los refugiados, todos
estos dramas que hay ahora, rezad, ¡pero con el corazón'': ''¡Hazlo!'', pero
decidle: ''¡Creo, Señor. Ayuda a mi incredulidad que viene también en mi
oración -añadió-. Hagamos esto, hoy".