La palabra
Pentecostés viene del griego y significa el día quincuagésimo. A los 50 días de
la Pascua, los judíos celebraban la fiesta de las siete semanas (Ex 34,22),
esta fiesta en un principio fue agrícola, pero se convirtió después en recuerdo
de la Alianza del Sinaí.
Con el tiempo se
le fue dando mayor importancia a este día, teniendo presente el acontecimiento
histórico de la venida del Espíritu Santo sobre María y los Apóstoles (Cf. Hch
2). Gradualmente, se fue formando una fiesta, para la que se preparaban con
ayuno y una vigilia solemne. Se utiliza el color rojo para el altar y las
vestiduras del sacerdote; simboliza el fuego del Espíritu Santo.
La Fiesta de
Pentecostés es como el "aniversario" de la Iglesia. El Espíritu Santo
desciende sobre aquella comunidad naciente y temerosa, infundiendo sobre ella
sus siete dones, dándoles el valor necesario para anunciar la Buena Nueva de
Jesús; para preservarlos en la verdad, como Jesús lo había prometido (Jn
14.15); para disponerlos a ser sus testigos; para ir, bautizar y enseñar a
todas las naciones.
Es el mismo
Espíritu Santo que, desde hace dos mil años hasta ahora, sigue descendiendo
sobre quienes creemos que Cristo vino, murió y resucitó por nosotros; sobre
quienes sabemos que somos parte y continuación de aquella pequeña comunidad
ahora extendida por tantos lugares.