Ernesto Barrigas tiene 57 años y su testimonio de vida evidencia su fortaleza, sus esperanzas y las ganas de seguir adelante. “Yo tengo una historia que es tremenda, se me murió un hijo, me quedé ciego y perdí una casa. Pero tengo mucha fe y siempre supe que iba a poder con todo eso. Así llegué a Cáritas, dónde encontré mucho apoyo y ellos me ayudaron a volver a tener un hogar.”
Hace más de 25 años y luego de mucho esfuerzo, esperas y trámites, Ernesto fue beneficiario de un plan de viviendas. “Pasó por todos lados ese proyecto hasta que Cáritas lo aceptó para ayudar a muchas familias que querían tener su casa y no podían comprar ni si quiera los materiales. Era una oportunidad para más de 20 familias que vivían en condiciones no dignas, pasaban frío, calor y muchas otras necesidades”, describe.
El entusiasmo y la solidaridad caracterizaron a Ernesto al momento de edificar su casa y compartía con otras familias el trabajo de construcción cotidiano y la esperanza de un hogar: “Con Cáritas trabajamos mucho, nos apoyó para hacer un salón donde nos reuníamos y hacía de comedor comunitario. Gracias a Dios, a los niños nunca les faltó un plato de comida. Cáritas trabajó mucho en este barrio, nos ayudó a hacer todo, y para tener luz, agua y otros servicios”, destaca.
“A mí los vecinos me eligieron como representante del barrio, yo tenía que ver la forma de que el barrio saliera adelante. Venían familias que estaban muy mal, que no podían pagar nada más que el alquiler, pero era gente de trabajo y se demostró cuando en un año desaparecieron casi el noventa por ciento de los ranchos de chapa,” sostiene.
Ernesto invirtió su trabajo y su tiempo durante cuatro años en el proyecto de tener su casa propia. “Finalmente, logré tener mi casa pero en la vida a veces hay cosas que vienen que uno no las espera. Fue en ese momento en el que me quedé ciego, estuve casi los cinco años sin ver y en ese lapso, perdí mi casa, mi familia y quedé solo, solo, solo”, recuerda.
“Me fui a Bariloche porque allí tenía unos hijos
y posiblemente me podrían operar allá. Pero no me pudieron hacer nada y me tuve
que volver con un bolsito al hombro no más. Y acá anduve de casa en casa,
viviendo una vida que no se la deseo a nadie. Al estar ciego, uno mismo se
siente un inútil y mucha gente también lo mira así, porque la persona no puede
hacer nada”, relata.
“Pero, gracias a Dios tuve la suerte -y eso me queda
en el corazón- de que en Cáritas me conocieron todos esos años y supieron que
yo siempre trabajé con mucho esfuerzo. Pienso que Dios puso las cosas en su
lugar porque ellos vieron lo que necesitaba, yo había tenido mi casa y la había
perdido por la desgracia de la ceguera. Ahí fue cuando Cáritas me entregó el
lote y me vine ciego todavía a vivir en un ranchito de chapa y empezar de
nuevo”, detalla.
Ernesto, hombre de mucha fe nunca perdió las
esperanzas de volver a ver: “Yo le pedía al Señor que me permitiera recuperar
la vista para construir mi casita y mi Dios me la dio y tocó el corazón de
mucha gente que me ayudó a tener un subsidio, a hacer los trámites para
mi pensión por discapacidad y Cáritas me ayudó para que me hiciera la piecita
en la que estoy vivienda hasta terminar la casa”, explica.