Con el Domingo de Ramos comienza la Semana Santa, que comprende la profecía del triunfo pascual de Cristo y el anuncio de su Pasión. Estos dos aspectos del misterio pascual se han de poner de relieve tanto en la predicación como en la celebración de este día .
Para una reverente y fructuosa celebración del Domingo de Ramos se debe tener presente, en primer lugar, la entrada del Señor Jesús en Jerusalén, la cual se debe conmemorar con una procesión, en la cual los cristianos celebran dicho acontecimiento, imitando tanto las aclamaciones como los gestos que hicieron los niños hebreos cuando salieron al encuentro del Señor. Esta procesión ha de ser única y debe tener lugar antes de la Misa en la que haya más presencia de fieles.Otro elemento muy importante del Domingo de Ramos es la proclamación de la Pasión. Es aconsejable que se mantenga la tradición en el modo de cantarla o leerla, es decir, que sean tres las personas que hagan las veces de Cristo, del cronista y del sanedrín.
En este momento litúrgico: la entrada a la semana santa, los invito y me invito a colocarme frente a este momento espiritual personal.
El Domingo de Ramos se nos presenta como una interpelación: “Semana Santa ¿entramos? ¿o no?”
Este Domingo Jesús entra a Jerusalén. Esta ascensión hacia Jerusalén comenzó mucho antes, pero llega aquí a su punto álgido.
Es una fiesta ‘agridulce’: por un lado lo reconocen como Rey, pero por otro comienza su soledad.
Tratemos de ubicarnos con nuestra imaginación a la entrada de Jerusalén: estamos a la entrada, junto a Jesús. El entra, y nos pregunta “¿entrás conmigo? Es entrar, pero para ir a la pasión y Cruz. Por supuesto, será para después ir a la resurrección. Jesús nos dice: el que trabaje conmigo de día y vele conmigo de noche, el que me acompañe en las penas, también me va a acompañar en la gloria.
Jesús entra al momento más crucial de su vida, y como hombre no puede no sentir la resistencia a este camino doloroso. Pero según lo narra el Evangelista “…cuando llegó el tiempo de su partida de este mundo Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén” (Lc 9,51) Otros usan la expresión “endureció el rostro y se encaminó” Hay decisiones en la vida de todo hombre, y también en la de Cristo, que hay que darlos así: endureciendo el rostro, tragando saliva, apretando mandíbulas y encarando.
Hasta ahora, los discípulos venían siguiendo a un hombre fascinante, escuchando palabras encantadoras de bondad, de misericordia, de humildad, de sanación. Ahora el seguimiento, si se mantienen en la decisión de hacerlo, cambiará de forma y tomará la forma del despojo. Y seguir a un ‘despojado’ no es nada atrayente, por un lado, porque un despojado no tiene nada que ofrecer, y por otro, porque es imposible sin dar el paso del propio despojo. A esto se refería Jesús cuando decía “el discípulo no es menos que su Maestro”, que quien lo siga muchas veces ni siquiera tendrá guarida para cobijarse, tendrá que desprenderse de muchas ataduras, y tomado el arado no volver la vista atrás.
En la Semana Santa, en ese camino que va desde la puerta de la ciudad hasta el Gólgota del Viernes Santo y hasta el sepulcro vacío del Domingo de Resurrección, hay un lugar que el Señor se reserva para mí. Hay un momento dentro de la Pasión que es para mí. Y el desafío si decido entrar en la Semana Santa con todo el corazón, es encontrarlo: será por las calles de Jerusalén, quizá sentado en la mesa de la Eucaristía, será en el lavatorio de los piés, será sentado junto a El en el patio, en soledad, será en el Via Crucis, o quizá al pie de la Cruz junto a María… no lo sabemos. Dios lo sabe y eso basta. El sabe, de acuerdo a lo que estemos viviendo, dónde necesitamos encontrarlo en esta semana Santa. Y así como en el Apocalipsis nos dice “si me abres, entraré y cenaremos juntos”, también podemos dejarnos decir por El “si entrás, si me seguís en esta semana, te mostraré ese sitio en donde te espero: donde quiero perdonarte, donde quiero consolarte, donde tengo que quizá reprocharte algunas cosas cariñosamente, donde voy a suavizar tus heridas, donde voy a dar razón y sentido a tus luchas y a tus lágrimas.”
Por algo, los Santos Padres y los poetas han llamado a Cristo Crucificado “El Libro”: ese Libro abierto, sujeto con clavos, donde en éste momento tenemos que ir a leer la palabra que se reserva el Señor para nosotros.
Este es el desafío y la invitación: entrar de corazón en la Semana Santa. Ponerse despojado, frente a Jesús despojado, sin protocolos ni condiciones ni maquillajes, para encontrarnos allí donde nos espera, para escuchar la palabra que tiene para cada uno de nosotros.
El Señor no defrauda. El no se deja ganar en generosidad. Quien lo busca lo encuentra. A quien golpea su puerta, se la abre.
No perdamos esta ocasión tan linda, esta cita de amor no transferible ni postergable. En esta semana santa dejémonos decir “El Señor está allí y te llama”, y lo busquemos, para que buscándolo nos encontremos a nosotros mismos.
Hermosamente expresa esta búsqueda –a la que estamos invitados también nosotros- Leopoldo Marechal
“Por irme tras la huella del Siervo herido, me sorprendió la noche, perdí el camino.
Solo corría el Siervo por los eriales. De su costado abierto, manaba sangre.
El Siervo, fatigado, buscó las aguas. Espinas de su frente lo coronaban.
Por ir de cacería, perdí el camino. Mi pecho estaba sano, y el Siervo herido.
Detrás del Siervo herido me halló la tarde.
Cerrado luego el día, perdido el Norte, al cazador y al Siervo cazó la noche.
El Siervo queda a salvo, mi pecho herido. Por ir de cacería, gané el camino.”
Tenemos que decidir, espiritualmente, si esta semana entramos o no. A veces caemos en la trampa de decir “esta semana no, será la que viene del año que viene…” Y el año que viene volvemos a decir lo mismo. En algún momento tenemos que pararnos y decir: ESTA Semana Santa, porque la del año que viene no sé si es mía. Este es el tiempo propicio. Este es el tiempo de la Salvación. Que el Señor nos de su fuerza, porque acompañar a Jesús es lindo pero no es fácil, y por eso tenemos que pedir la gracia. Y la segura compañera de camino es María. Mientras otros huyeron, ella permaneció. Por tanto también a ella apeguémonos y pidámosle sea nuestra compañera, ser sus compañeros camino hacia la cruz.
El Domingo de Ramos se nos presenta como una interpelación: “Semana Santa ¿entramos? ¿o no?”
Este Domingo Jesús entra a Jerusalén. Esta ascensión hacia Jerusalén comenzó mucho antes, pero llega aquí a su punto álgido.
Es una fiesta ‘agridulce’: por un lado lo reconocen como Rey, pero por otro comienza su soledad.
Tratemos de ubicarnos con nuestra imaginación a la entrada de Jerusalén: estamos a la entrada, junto a Jesús. El entra, y nos pregunta “¿entrás conmigo? Es entrar, pero para ir a la pasión y Cruz. Por supuesto, será para después ir a la resurrección. Jesús nos dice: el que trabaje conmigo de día y vele conmigo de noche, el que me acompañe en las penas, también me va a acompañar en la gloria.
Jesús entra al momento más crucial de su vida, y como hombre no puede no sentir la resistencia a este camino doloroso. Pero según lo narra el Evangelista “…cuando llegó el tiempo de su partida de este mundo Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén” (Lc 9,51) Otros usan la expresión “endureció el rostro y se encaminó” Hay decisiones en la vida de todo hombre, y también en la de Cristo, que hay que darlos así: endureciendo el rostro, tragando saliva, apretando mandíbulas y encarando.
Hasta ahora, los discípulos venían siguiendo a un hombre fascinante, escuchando palabras encantadoras de bondad, de misericordia, de humildad, de sanación. Ahora el seguimiento, si se mantienen en la decisión de hacerlo, cambiará de forma y tomará la forma del despojo. Y seguir a un ‘despojado’ no es nada atrayente, por un lado, porque un despojado no tiene nada que ofrecer, y por otro, porque es imposible sin dar el paso del propio despojo. A esto se refería Jesús cuando decía “el discípulo no es menos que su Maestro”, que quien lo siga muchas veces ni siquiera tendrá guarida para cobijarse, tendrá que desprenderse de muchas ataduras, y tomado el arado no volver la vista atrás.
En la Semana Santa, en ese camino que va desde la puerta de la ciudad hasta el Gólgota del Viernes Santo y hasta el sepulcro vacío del Domingo de Resurrección, hay un lugar que el Señor se reserva para mí. Hay un momento dentro de la Pasión que es para mí. Y el desafío si decido entrar en la Semana Santa con todo el corazón, es encontrarlo: será por las calles de Jerusalén, quizá sentado en la mesa de la Eucaristía, será en el lavatorio de los piés, será sentado junto a El en el patio, en soledad, será en el Via Crucis, o quizá al pie de la Cruz junto a María… no lo sabemos. Dios lo sabe y eso basta. El sabe, de acuerdo a lo que estemos viviendo, dónde necesitamos encontrarlo en esta semana Santa. Y así como en el Apocalipsis nos dice “si me abres, entraré y cenaremos juntos”, también podemos dejarnos decir por El “si entrás, si me seguís en esta semana, te mostraré ese sitio en donde te espero: donde quiero perdonarte, donde quiero consolarte, donde tengo que quizá reprocharte algunas cosas cariñosamente, donde voy a suavizar tus heridas, donde voy a dar razón y sentido a tus luchas y a tus lágrimas.”
Por algo, los Santos Padres y los poetas han llamado a Cristo Crucificado “El Libro”: ese Libro abierto, sujeto con clavos, donde en éste momento tenemos que ir a leer la palabra que se reserva el Señor para nosotros.
Este es el desafío y la invitación: entrar de corazón en la Semana Santa. Ponerse despojado, frente a Jesús despojado, sin protocolos ni condiciones ni maquillajes, para encontrarnos allí donde nos espera, para escuchar la palabra que tiene para cada uno de nosotros.
El Señor no defrauda. El no se deja ganar en generosidad. Quien lo busca lo encuentra. A quien golpea su puerta, se la abre.
No perdamos esta ocasión tan linda, esta cita de amor no transferible ni postergable. En esta semana santa dejémonos decir “El Señor está allí y te llama”, y lo busquemos, para que buscándolo nos encontremos a nosotros mismos.
Hermosamente expresa esta búsqueda –a la que estamos invitados también nosotros- Leopoldo Marechal
“Por irme tras la huella del Siervo herido, me sorprendió la noche, perdí el camino.
Solo corría el Siervo por los eriales. De su costado abierto, manaba sangre.
El Siervo, fatigado, buscó las aguas. Espinas de su frente lo coronaban.
Por ir de cacería, perdí el camino. Mi pecho estaba sano, y el Siervo herido.
Detrás del Siervo herido me halló la tarde.
Cerrado luego el día, perdido el Norte, al cazador y al Siervo cazó la noche.
El Siervo queda a salvo, mi pecho herido. Por ir de cacería, gané el camino.”
Tenemos que decidir, espiritualmente, si esta semana entramos o no. A veces caemos en la trampa de decir “esta semana no, será la que viene del año que viene…” Y el año que viene volvemos a decir lo mismo. En algún momento tenemos que pararnos y decir: ESTA Semana Santa, porque la del año que viene no sé si es mía. Este es el tiempo propicio. Este es el tiempo de la Salvación. Que el Señor nos de su fuerza, porque acompañar a Jesús es lindo pero no es fácil, y por eso tenemos que pedir la gracia. Y la segura compañera de camino es María. Mientras otros huyeron, ella permaneció. Por tanto también a ella apeguémonos y pidámosle sea nuestra compañera, ser sus compañeros camino hacia la cruz.