Desde el 7 de Noviembre -María, Madre y Medianera de las Gracias- nos preparamos para celebrar el 8 de Diciembre, el Día de la Inmaculada Concepción de María!
El mes dedicado a nuestra Madre, la Virgen María, es un tiempo en el que, como cristianos, debemos aprovechar para profundizar sobre ella y contemplar el misterio de la voluntad de Dios en nuestra vida y en el mundo, para quien no hay nada imposible.
María nos dio ejemplo de libertad y obediencia, gracias al sí que pronunció a su Señor. Por eso, al conocer la persona de nuestra Madre, su entrega, sus actitudes de amor y respuesta a Dios, se convierte para nosotros en modelo y, principalmente, en maestra porque de ella debemos aprender, y es ante todo discípula porque es la primera seguidora del Hijo, y misionera cuando en la visita a su prima Isabel lleva a Jesús en su seno, permaneciendo fiel al Padre con el Hijo y el Espíritu Santo.
Les propongo como tema de reflexión acerca de María: su vocación, que nos ayudará a cada uno a sentirla y vivirla más cercana y reflexionar acerca del gran don que el Señor también nos ha regalado a cada uno de nosotros. La vida y con ella una misión concreta.
Contemplar a María en su Vocación
Situar a María en su vida cotidiana a menudo se nos escapa y centramos nuestra mirada en las intervenciones divinas que la sitúan en un plano enormemente cercano al misterio, a veces, incluso fundiéndose en Él. Dichos acontecimientos trascienden lo meramente humano y nos hacen, quizá, dejar en un segundo lugar la vida diaria de María, olvidando así, que esa vida de cada día tiene mucho que contarnos y aclararnos de aquella de quien afirmamos que es Madre de Dios y Madre nuestra.
Acercarse a la biografía de María de Nazaret se hace difícil, principalmente, por la escasa referencia que de ella encontramos en los evangelios pero, sin duda, de esos pasajes podríamos deducir sin temor a equivocarnos, la grandeza de una mujer de a pie a quien no todo le vino resuelto por el hecho de haber sido elegida por Dios para que en la plenitud de los tiempos diera acogida en su seno a Jesús.
Dios la llamó en medio de su quehacer diario, en un día como otro cualquiera, para darle un regalo, un don sin precio, un tesoro de más valor que cualquier otra cosa del mundo y más bello que nada. La “vocación” de Maria, podemos decir que no es una vocación propia sino al servicio de la Cristología (Cristo). Porque ella es todo para Jesús y se transforma y enriquece plenamente por y para Jesús. Se realiza en el marco de la historia de la salvación. Por ej., en la Anunciación se la llama a María para que entregue su vida toda al servicio de la misión de su hijo. Y allí podemos ver que la vocación no se entiende sino es en función de una misión, y ésta no es propia, es la misión de Jesucristo el centro y la plenitud de la historia.
La estaba invitando a ser parte junto a Él en la obra de la salvación. Lo más grande es que recibe de Dios aquello que necesita, para dar respuesta a ese llamado que le está haciendo y poder llevarlo a cabo desde su lugar, desde donde Dios la ha puesto.
Podemos decir que el ser inmaculado de María, tiene una íntima relación con nuestro nacimiento bautismal.
Ella se dejó habitar por Cristo; y el que se deja habitar por Cristo se hace Santo (por supuesto que María nos supera) pero la obra de Dios va siempre en el mismo sentido.
María es tomada concretamente de entre los hombres, procede de la tierra, procede de la larga preparación creyente de su pueblo; lo cual le permite responder libre y gozosamente a la propuesta que Dios le hace.
Ella tiene una tarea única que realizar entre los hombres; como toda vocación humana es única.
Puede decir "Sí" al Ángel Gabriel porque entiende perfectamente que llevar en sus entrañas al Mesías supone hacer presente el Reino que Él viene a instaurar, y que esto no se hace en un único instante sino a lo largo de toda la vida y en todas las situaciones que ésta trae consigo.
En el Evangelio de Juan, en el texto que nos relata las bodas de Caná de Galilea, podemos descubrir en María una actitud que es imprescindible para descubrir, escuchar, lo que Dios quiere de mí, en definitiva, lo que Dios quiere para su pueblo y, en consecuencia, el cristiano se hace sensible a la voluntad de Dios, esta actitud “el ser contemplativa” es connatural a María: en la Anunciación; que la pone en camino hacia el servicio a su prima, está también presente en Belén: siendo la virgen de la donación (nos da a Jesús), en el calvario es la Virgen del generoso ofrecimiento y en la Bodas de Caná se abre atenta a las necesidades de los jóvenes esposos; es más, este servicio los lleva a Jesús “hagan lo que El les diga”. Podemos concluir que, sólo los contemplativos saben descubrir y salen a su encuentro de las necesidades, problemas y sufrimientos de los demás.
La contemplación engendra en nosotros una inagotable capacidad de servicio. Esta actitud puede ser una respuesta al pedido que nos invitaba hacerle a María nuestra Madre, el cardenal Bergoglio, en la peregrinación a Luján de Jóvenes del 1º de Octubre. Diciéndole:
“Madre necesitamos vivir como hermanos. Por eso te pedimos la gracia de recuperar la memoria de cómo se vive como hermanos, la gracia desaber cuidarnos unos a otros. No es un deseo es una necesidad. Lo necesitamos como el aire o el agua”.
La Virgen es, para cada hombre o mujer, el modelo más acabado de amor a Jesucristo, de dedicación a su servicio, de colaboración con su obra redentora. Y nuestra misión, como Cristianos, como catequistas o miembros de cualquier grupo, no es diferente. Es preciso tener la docilidad y entrega total de Ella (recordemos necesitamos “ser contemplativos”) para aceptar y vivir con todas sus consecuencias la misión a la que Jesucristo nos ha llamado.
Dice San Pablo: “Hemos sido elegidos, en Cristo, para ser santos e irreprochables”. ¿Cuál es el camino para lograrlo? Cada uno de nuestros caminos es distinto, cada uno de nuestros modos de caminar es diferente, pero si seguimos el camino de María “aquí está la esclava del Señor, que se haga en mí según tú me dices”, será siempre un camino de gozo y de esperanza, no un camino de miedo, de egoísmos, de comodidad.