El próximo 24 de noviembre fecha en que los católicos festejamos a Jesucristo, Rey del Universo, será clausurado el “Año de la Fe” que se inició el 11 de octubre de 2012 por convocatoria del Papa Benedicto XVI. En su carta apostólica “Porta Fidei” (La puerta de la fe) por la que anunció la realización de este año de gracia por concluir, explicaba: “El... ‘Año de la fe’ es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cfr. Hechos 5, 31)… Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza” (P.F., 6-9).
Las especiales gracias que están siendo derramadas sobre la Iglesia y los creyentes durante este tiempo santo conviene aprovecharlas para buscar una conversión profunda y para la maduración de nuestra fe. Pues si bien la fe es un don gratuito que Dios da a sus hijos por amor, también implica una respuesta del creyente hacia Dios. Hacia ese Dios que se revela al hombre a través de su Palabra, de su Verbo Encarnado, Jesucristo, quien “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2, 4).
Es muy importante que los creyentes católicos conozcan los contenidos de su fe. Que tengan conciencia del recorrido que la voz y la luz de la fe ha hecho, y que sigue haciendo a lo largo de la historia humana. Especialmente desde el llamado de Dios a Abraham (padre en la fe) hasta la llegada al mundo terrenal del mismo Dios, que en la plenitud de los tiempos “por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilatos; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras” (Credo Niceno- Constantinopolitano).
En la carta encíclica Lumen Fidei (La luz de la fe) recién presentada por el Papa Francisco en junio pasado, se explica claramente que, si bien: “Mediante el Bautismo nos convertimos en creaturas nuevas y en hijos adoptivos de Dios. En el Bautismo el hombre recibe también una doctrina que profesar y una forma concreta de vivir, que implica a toda la persona y la pone en el camino del bien” (L.G., 41).
Es entonces fundamental para la vida del creyente bautizado conocer la doctrina que profesa.