Cristo es el
único mediador entre Dios y los hombres porque Él solo, con su muerte, logró
la reconciliación perfecta con Dios, pero dice Santo Tomás que «también
a otros podemos llamarlos mediadores por cuanto cooperan a la unión de los
hombres con Dios».
A
María se la llama Medianera o Mediadora desde muy antiguo. Este título se le
reconoce en documentos oficiales de la Iglesia y ha sido acogido en la liturgia.
Después
de su Asunción a los cielos, María continúa alcanzándonos por su múltiple
intercesión los dones de la eterna salvación.
Con su
amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten
entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a
la patria feliz. “La mediación de María está íntimamente unida a su maternidad y
posee un carácter específicamente materno que la distingue del de las demás
criaturas». Siendo María, en virtud de la elección divina, la Madre del Hijo y «compañera
singularmente generosa» en la obra de la redención, es nuestra madre en el orden de
la gracia. Esta función constituye una dimensión real de su presencia
en el misterio salvífico de Cristo y de la Iglesia (Juan Pablo II).
Decimos con las
palabras de San Bernardo: "Te rogamos, bienaventurada Virgen
María, por la gracia que encontraste, por las prerrogativas que mereciste, por la Misericordia que tú
diste a luz, haz que aquel que por ti se dignó hacerse partícipe de nuestra
miseria y debilidad, por tu intercesión nos haga partícipes de sus gracias, de
su bienaventuranza y gloria eterna, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que
está sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos de los siglos".