Dios, en su inmensa sabiduría, ha querido vivir la experiencia de tener una madre! Y María, la llena de gracia, al asumir en su viente al Niño Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad, se convierte en la Madre de Dios, dando todo de sí para su Hijo.
Toda su vida está
iluminada por el Señor, bajo el radio de acción del nombre y el rostro de Dios
encarnado en Jesús, el «fruto bendito de su vientre». Así nos la presenta el
Evangelio de Lucas: completamente dedicada a conservar y meditar en su corazón
todo lo que se refiere a su hijo Jesús (cf. Lc 2,19.51). El misterio de su maternidad
divina… contiene de manera sobreabundante aquel don de gracia que toda
maternidad humana lleva consigo, de modo que la fecundidad del vientre se ha
asociado siempre a la bendición de Dios. La Madre de Dios es la primera bendecida y quien
porta la bendición; es la mujer que ha acogido a Jesús y lo ha dado a luz para
toda la familia humana.
-Benedicto XVI-