sábado, 17 de noviembre de 2012

SANTOS: ROQUE GONZÁLEZ, ALFONSO RODRIGUEZ Y JUAN DEL CASTILLO - PRESBÍTEROS Y MÁRTIRES

Fueron mártires de las regiones americanas del Río de la Plata, presbíteros de la Orden de la Compañía de Jesús, que ganaron para Cristo a los pueblos indígenas abandonados.

Roque González de Santa Cruz era hijo de nobles españoles. Nació en Asunción, capital del Paraguay, en 1576. Recibió la ordenación al sacerdocio a los veintitrés años y se preocupó por los indios, a quienes iba a predicar e instruir en las aldeas más remotas. Diez años más tarde, ingresó en la Compañía de Jesús con el objeto de evitar las dignidades eclesiásticas y de poder trabajar más eficazmente como misionero.

Por aquella época, los jesuitas instituían las famosas «reducciones» del Paraguay, que eran colonias de indios gobernadas por los jesuitas, los cuales, se consideraban como guardianes y administradores de sus bienes. Los jesuitas miraban a los indios como a hijos de Dios y respetaban su civilización y su forma de vida en todo lo que no se oponía a la ley de Dios. La resistencia que ofrecieron los jesuitas a la inhumanidad de los encomenderos españoles, a la esclavitud y a los métodos de la Inquisición, acabaron por acarrearles un siglo después, la ruina en la América Española y la desaparición de las reducciones.

En 1628, fueron a reunirse con el P. Roque dos jóvenes misioneros españoles, Alonso Rodríguez y Juan de Castillo. Entre los tres fundaron una nueva reducción y la consagraron a la Asunción de María. El P. Castillo se encargó de la dirección, en tanto que los otros dos misioneros partieron a Caaró, donde fundaron la reducción de Todos los Santos. Ahí tuvieron que hacer frente a la hostilidad de un poderoso «curandero», quien al poco tiempo logró que los naturales atacasen la misión. En el momento en que llegaron los atacantes, el P. Roque colgaba la campana de la iglesia. Un hombre se deslizó por detrás de él y le asesinó a golpes de mazo. Al oír el tumulto, el P. Rodríguez salió a la puerta de su choza, donde encontró a los indios con las manos ensangrentadas. Al punto le derribaron. El P. Rodríguez exclamó: «¿Qué hacéis?» Fue todo lo que pudo decir, pues los indios le acabaron a golpes. En seguida, incendiaron la capilla, que era de madera y arrojaron los dos cadáveres a las llamas. Dos días después, los indios atacaron la misión de Ijuhi, se apoderaron del P. Castillo, le maniataron, le golpearon salvajemente y le arrancaron la vida a pedradas.