Llamado Magno por la
grandeza de sus obras su santidad, el Pontífice tuvo que luchar fuertemente
contra dos clases de enemigos: los externos que querían invadir y destruir a
Roma, y los internos que trataban de engañar a los católicos con errores y
herejías.
León había nacido en
Tuscia. Fue diácono de la
Iglesia de Roma en torno al año 430, y con el tiempo alcanzó
en ella una posición de gran importancia y, en el año 440 fue elegido Papa. Su
pontificado duró más de 21 años y ha sido
sin duda uno de los más importantes en la historia de la Iglesia. Al morir, el
10 de noviembre del año 461, el Papa fue sepultado junto a la tumba de san
Pedro.
El Papa León vivió en
tiempos sumamente difíciles: las repetidas invasiones bárbaras, el progresivo
debilitamiento en Occidente de la autoridad imperial, y una larga crisis social
habían obligado al obispo de Roma a asumir un papel destacado incluso en las
vicisitudes civiles y políticas. Esto no impidió que aumentara la importancia y
el prestigio de la Sede
romana.
Conocemos bien la acción del Papa León gracias
a sus hermosísimos sermones y sus cartas. En estos textos, el pontífice se presenta en toda
su grandeza, dedicado al servicio de la verdad en la caridad, a través de un
ejercicio asiduo de la palabra, como teólogo y pastor. León Magno,
constantemente requerido por sus fieles y por el pueblo de Roma, así
como por la comunión entre las diferentes Iglesias y por sus necesidades, apoyó
y promovió incansablemente el primado romano, presentándose como un
auténtico heredero del apóstol Pedro.
En el año 451, se celebró el Concilio de Calcedonia que rechazó la
herejía de Eutiques que negaba la auténtica naturaleza humana del Hijo de Dios
y, afirmó la unión en su única Persona, sin confusión ni separación, de las dos
naturalezas humana y divina. Esta fe en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero
hombre, era afirmada por el Papa en un importante texto doctrinal dirigido al
obispo de Constantinopla que, al ser leído en Calcedonia fue acogido con una aclamación
elocuente, registrada en las actas del Concilio: «Pedro ha hablado por la boca
de León».
Consciente
del momento histórico en el que vivía y de la transición que tenía lugar, en un
período de profunda crisis, de la
Roma pagana a la cristiana, León Magno supo estar cerca del
pueblo y de los fieles con la acción pastoral y la predicación. Alentó la
caridad en una Roma afectada por las carestías, por la llegada de refugiados,
por las injusticias y la pobreza. Afrontó las supersticiones paganas y la acción
de los grupos maniqueos. Enlazó la liturgia a la vida cotidiana de los
cristianos, por ejemplo, uniendo la práctica del ayuno con la caridad y
con la limosna. En particular, León Magno enseñó a sus fieles que la liturgia
cristiana no es el recuerdo de acontecimientos pasados, sino la actualización
de realidades invisibles que actúan en la vida de cada quien.
Murió el 10 de
noviembre del año 461.