jueves, 3 de noviembre de 2011

EN NUESTRO PATRONO: "BENDECIDO DÍA, HERMANOS PERUANOS Y FIELES DE SAN MARTÍN DE PORRES" - LA VIDA DEL SANTO


Justificar a ambos ladosMartín, fue hijo de Juan de Porres, noble español perteneciente a la Orden de Alcántara y descendiente de cruzados, y de Ana Velásquez, negra liberta. Nació a inicios de diciembre de 1579 en Lima, Perú. Su padre tardó en reconocerlo, pero lo legitimó. Era mulato y sufrió la discriminación racial de la época.

Martín, ingresó en calidad de aprendiz en la botica de Mateo Pastor, quien ejercía el oficio de cirujano, dentista y barbero. Allí el joven mulato aprendió esos oficios, que puso con tanto amor, al servicio de los hermanos.

A los 15 años, su amor por Dios y su deseo ardiente de entregarse totalmente al servicio de los hermanos, pidió que lo admitieran como donado en el convento de los dominicos.
El “donado”

Fue en el convento de Nuestra Señora del Rosario donde Martín quiso entrar en calidad de donado, es decir, casi como un esclavo. Se comprometía a servir toda la vida, con el único beneficio de vestir el hábito religioso. Su madre, no sólo le permitió a su hijo ingresar, sino que ella misma quiso entregarlo al convento.

Desde el primer día Martín se dedicó de cuerpo y alma a servir a sus hermanos en los oficios más bajos y humillantes. Siempre animado por un profundo espíritu sobrenatural, para él no era sólo una alegría, sino incluso una gracia, hacer eso por amor a Dios.

Después del primer año de prueba, recibió el hábito de donado. Pero aquello no agradó a su orgulloso padre, de quien llevaba el apellido. Don Juan pidió a los superiores dominicos que recibiesen a Martín, de tan ilustre estirpe por el lado paterno, al menos en calidad de hermano lego. Sin embargo, eso estaba en contra de las constituciones de la época, que no permitían recibir en la Orden a personas de color. El Superior quiso que el propio Martín decidiese. “Yo estoy contento en este estado –respondió–; es mi deseo imitar lo más posible a Nuestro Señor, que se hizo siervo por nosotros”.

La Humildad y la Humillación

La humildad fue lo que distinguió al Patrono de Nuestra Comunidad, en su tiempo. Encargado de la enfermería del convento, no le faltaban ocasiones para humillarse delante de la impaciencia que muchas veces se apoderaba de los enfermos. Él no daba abasto para atender a todos, lo que provocaba crisis de mal humor en los más impacientes. En uno de esos momentos un religioso, que se sentía mal atendido, lo llamó “perro mulato”.
Después del primer choque, Martín se dominó. Arrodillándose junto al lecho del enfermo, dijo llorando: “Sí, es verdad que soy un perro mulato y merezco que me recuerden eso, y merezco mucho más por mis maldades”.
Todos estos actos, fueron reconocidos por los superiores, lo que los llevó a hacer una excepción y recibir a Martín como hermano lego, uniéndose así a la Orden por los tres votos de pobreza, obediencia y castidad.

Servicio y Entrega Total a los Hermanos

Nunca se quedaba quieto, siempre sirviendo a los demás. Además de cuidar de la enfermería, barría todo el convento, se encargaba del guardarropa, cortaba el cabello a los doscientos frailes y era el campanero, ocupando en la oración entre seis y ocho horas al día. Llegó a adquirir en algunas ocasiones las cualidades de los cuerpos gloriosos y, atravesando puertas cerradas e incluso paredes, entraba en aposentos donde su presencia era necesaria. Aparecía aquí y allá, estaba presente donde lo necesitaban.

En la huerta, él mismo cultivaba las plantas que utilizaba para sus medicinas. Repetía al enfermo: “Yo te medico, Dios te cura”.

Cierta vez que se enfermó el Obispo de La Paz, de paso por Lima, mandó que llamasen a Fray Martín para que lo curase. El simple contacto de la mano del donado con su pecho lo libró de una grave enfermedad.

Entre los innumerables milagros que se le atribuyen a Martín, está el don de la bilocación (fue visto a la misma hora en lugares y hasta en países diferentes) y el de obrar una resurrección. Se cuenta también que estando con otros hermanos lejos del convento, cuando llegó la hora de volver, a fin de no faltar a la virtud de la obediencia, dio la mano a los demás, y todos levantaron vuelo, llegando así al convento en el momento previsto.

El Santo de la Caridad

Fray Martín atendía en la enfermería a todos los enfermos que encontraba en la calle, incluso a aquellos con mayor peligro de contagio. Esto le fue prohibido por sus superiores. Pero la caridad del Santo no tenía límites. Entonces, en la casa de su hermana, que vivía a dos cuadras del convento, recibía a esos enfermos, y allá iba a tratarlos con sus manos hasta que sanasen o entregasen el alma a Dios.

Un día, un indio fue acuchillado en la puerta del convento. Fray Martín no tenía tiempo para llevarlo hasta la casa de su hermana y ante la urgencia del caso, no tuvo dudas y cuidó del indio en la enfermería del convento.

Cuando mejoró lo llevó entonces a casa de su hermana. Esto no agradó al superior y lo reprendió por haber pecado contra la obediencia. “En eso no pequé”, respondió Martín. “¿Cómo que no?”, impugnó el superior. “Así es, Padre, porque creo que contra la caridad no hay precepto, ni siquiera el de la obediencia”, respondió el Santo.

Además de todas estas actividades, Fray Martín salía también del convento a pedir limosnas para sus pobres y para los sacerdotes necesitados.

Don de la sabiduría y del consejo

El don de la sabiduría era en él tan grande, que las más altas personalidades de Lima recurrían a su consejo. También poseía el don de predecir acontecimientos futuros antes de que se dieran.

Como fruto de su alto grado de oración, Martín tenía frecuentes éxtasis a la vista de todos. Su unión con Dios era continua. Para dominar sus inclinaciones, se flagelaba hasta sangrar tres veces al día y durante los cuarenta y cinco años que permaneció en el convento ayunó a pan y agua.

Le gustaba ayudar la Santa Misa y era gran devoto de la Eucaristía. Mientras caminaba no cesaba de pasar las cuentas de su Rosario.

Es fácil suponer que el enemigo del género humano no pudiese soportar tanto bien hecho por este humilde dominico. Lo perseguía sin tregua, a veces haciéndole rodar por las escaleras, otras vedándole el camino cuando iba a socorrer a algún necesitado. Fray Martín acostumbraba repelerlo con el símbolo de la Cruz.

Su Amor por los animales

Cuando los ratones se volvieron un problema en el convento, porque roían todos los productos almacenados con sacrificio, Fray Martín atrapó a uno que cayó en la ratonera y le dijo: “Te voy a soltar; pero anda y dile a tus compañeros que no molesten ni sean nocivos para el convento; que se retiren a la huerta, que yo les llevaré comida todos los días”. Al día siguiente todos los ratones estaban bien quietitos en la huerta, ¡esperando la comida que Fray Martín les llevaba!

Su vuelta a la Casa del Padre

Finalmente, Fray Martín, con el cuerpo consumido por el exceso de trabajo, el ayuno continuo y la penitencia, dejó esta Patria Peregrina, a los 60 años, para ir a contemplar para toda la eternidad, el rosto de su Amado Señor.

A su lecho de moribundo acudieron el Virrey, Obispos, eclesiásticos y todo el pueblo que consiguió entrar. Su funeral fue una glorificación. Todos querían venerar a aquel santo moreno que nunca había buscado su propia gloria, sino solamente la de Dios.

Al Pueblo Peruano y a todos sus devotos, nos unimos hoy en oración, por la intercesión de nuestro Amado Patrono, pidiéndole que le lleve a nuestro Señor Jesucristo todas las intenciones que guardamos en el corazón, pidiéndole especialmente: Sánanos en Cuerpo y Alma!

San Martín de Porres, Ruega por nosotros

Recomendamos ver la Película del "Santo de la Escoba", ingresando en nuestra página en el mes de Noviembre de 2010.


Obras consultadas

Enriqueta Vila, Santos de América, Ediciones Moretón, Bilbao, 1968, pp. 69 a 87.R. P. José Leite, S.J., Santos de Cada Día, Editorial A. O., Braga, 1987, tomo III, pp. 259-261.