lunes, 14 de marzo de 2011

CUARESMA - MIÉRCOLES DE CENIZAS



La imposición de las cenizas nos trae un mensaje, debemos ser humildes y convertir nuestro corazón. El sacerdote se impone primero él mismo la ceniza en la frente -o se la impone el diácono u otro concelebrante- porque también él, hombre débil, necesita convertirse a la Pascua del Señor. Luego la impone sobre la frente de los fieles, diciéndole: Conviértete y Cree en el Evangelio”.
¡Conviértete y Cree en el Evangelio!

La Cuaresma es el tiempo del año litúrgico que nos prepara para la Pascua o Domingo de Resurrección del Señor, donde celebramos la victoria de Cristo sobre el pecado, la muerte y el mal. Es un tiempo favorable para convertirnos y volver a Dios Padre, como el hijo pródigo (Lucas 15, 11-32). Es un tiempo apropiado para purificarnos de nuestras faltas y pecados pasados y presentes, y por ello, debemos acercarnos al Sacramento de la Confesión y experimentar el Amor Misericordiosos de Dios, que todo lo perdona, si hay un arrepentimiento de corazón. Nuestra madre Iglesia nos recomienda realizar algunas prácticas para llegar preparados y limpios interiormente, y poder vivir así, la Semana Santa. Estas prácticas son el ayuno, la oración y la limosna. Ayuno no sólo de comida y bebida, sobre todo, ayuno y abstinencia de nuestros egoísmos, vanidades, orgullos, odios, perezas, murmuraciones, deseos malos, venganzas, impurezas, iras, envidias, rencores, etc. No sólo la limosna material, unas pocas monedas que ponemos en la bolsita de la limosna en la misa. La limosna significa la actitud de apertura y la caridad hacia mi hermano que me necesita: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que nos lo pide, compartir alegrías, repartir sonrisa, ofrecer nuestro perdón a quien nos ha ofendido. Sin oración, tanto el ayuno como la limosna no se sostendrían. En la oración, Dios va cambiando nuestro corazón, va transformando nuestras actitudes negativas y creando en nosotros un corazón nuevo y lleno de caridad.




Fragmentos extraídos del Sermón de San Pedro Crisólogo, Obispo y Padre de la Iglesia




“Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción sea constante y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la misericordia. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocamente. El ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo no posee a los otros, no posee ninguno. Por tanto, quien ora que ayune; quien ayuna que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica…”. “Por más que perfeccione su corazón, purifique su carne, desarraigue los vicios y siembre las virtudes, como no produzca caudales de misericordia, el que ayuna no cosechará fruto alguno”. “Para que no pierdas a fuerza de guardar, recoge a fuerza de repartir; al dar al pobre, te haces limosna a ti mismo: porque lo que dejes de dar a otro no lo tendrás tampoco para ti”.