jueves, 28 de enero de 2016

PAPA FRANCISCO: LA MISERICORDIA DEL SEÑOR NOS HACE PRECIOSOS A SUS OJOS, COMO UNA RIQUEZA QUE LE PERTENECE Y QUE ÉL CUSTODIA



«Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la Sagrada Escritura, la misericordia de Dios está presente a lo largo de toda la historia del Pueblo de Israel.

Con su misericordia, el Señor acompaña el camino de los Patriarcas, a ellos les dona hijos no obstante su condición de esterilidad, los conduce por caminos de gracia y de reconciliación, como demuestra la historia de José y de sus hermanos (Cfr. Gen 37-50). 

Y pienso en tantos hermanos que están alejados dentro de una familia y no se hablan. Pero este Año de la Misericordia es una buena ocasión para reencontrarse, abrazarse y perdonarse, ¡eh! Olvidar las cosas feas. 

Pero, como sabemos, en Egipto la vida para el pueblo se hace dura. Y es ahí, cuando los Israelitas están a punto de perecer, que el Señor interviene y salva.

Se lee en el libro del Éxodo: «Pasó mucho tiempo y, mientras tanto, murió el rey de Egipto. Los israelitas, que gemían en la esclavitud, hicieron oír su clamor, y ese clamor llegó hasta Dios, desde el fondo de su esclavitud. Dios escuchó sus gemidos y se acordó de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Entonces dirigió su mirada hacia los israelitas y los tuvo en cuenta» (2,23-25). 

La misericordia no puede permanecer indiferente delante del sufrimiento de los oprimidos, del grito de quien padece la violencia, reducido a la esclavitud, condenado a muerte. 

Es una dolorosa realidad que aflige toda época, incluida la nuestra, y que muchas veces nos hace sentir impotentes, tentados a endurecer el corazón y pensar en otra cosa. 

Dios en cambio «no es indiferente», no desvía jamás la mirada del dolor humano. El Dios de misericordia responde y cuida de los pobres, de aquellos que gritan su desesperación. Dios escucha e interviene para salvar, suscitando hombres capaces de oír el gemido del sufrimiento y de obrar en favor de los oprimidos.

Es así que comienza la historia de Moisés como mediador de liberación para el pueblo. Él afronta al Faraón para convencerlo de que deje partir al pueblo de Israel; y luego guiará al pueblo, a través del Mar Rojo y el desierto, hacia la libertad. 

Moisés, que ya recién nacido fue salvado por la misericordia divina de la muerte en las aguas del Nilo, se hace mediador de esa misma misericordia, permitiendo al pueblo nacer a la libertad salvado de las aguas del Mar Rojo. 

Y también nosotros en este Año de la Misericordia podemos hacer este trabajo de ser mediadores de misericordia, con las obras de misericordia, para acercarnos, para dar alivio, para hacer unidad. Se pueden hacer muchas cosas buenas .

La misericordia de Dios actúa siempre para salvar. Es todo lo contrario de las obras de quienes actúan siempre para matar: por ejemplo los que hacen las guerras. El Señor, mediante su siervo Moisés, guía a Israel en el desierto como si fuera un hijo, lo educa en la fe y realiza la alianza con él, creando una relación de amor fuerte, como aquel del padre con el hijo y el del esposo con la esposa.

A tanto llega la misericordia divina. Dios propone una relación de amor particular, exclusiva, privilegiada. Cuando da instrucciones a Moisés a cerca de la alianza, dice: «Ahora, si escuchan mi voz y observan mi alianza, serán mi propiedad exclusiva entre todos los pueblos, porque toda la tierra me pertenece. Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación que me está consagrada» (Ex 19,5-6).

Cierto, Dios posee ya toda la tierra porque la ha creado; pero el pueblo se convierte para Él en una posesión diversa, especial: su personal “reserva de oro y plata” como aquella que el rey David afirmaba haber donado para la construcción del Templo.

Por lo tanto, esto nos hacemos para Dios acogiendo su alianza y dejándonos salvar por Él. La misericordia del Señor hace al hombre precioso, como una riqueza personal que le pertenece, que Él custodia y en la cual se complace.

Son estas las maravillas de la misericordia divina, que llega a pleno cumplimiento en el Señor Jesús, en aquella “nueva y eterna alianza” consumada con su sangre, que con el perdón destruye nuestro pecado y nos hace definitivamente hijos de Dios (Cfr. 1 Jn 3,1), joyas preciosas en las manos del Padre bueno y misericordioso. 

Y si nosotros somos hijos de Dios y tenemos la posibilidad de recibir esta herencia – la de la bondad y de la misericordia – en relación con los demás, pidamos al Señor que en este Año de la Misericordia también nosotros hagamos obras de misericordia; que abramos nuestro corazón para llegar a todos con las obras de misericordia, la herencia misericordiosa que Dios Padre ha tenido con nosotros. Gracias.

(Traducción del italiano: Renato Martinez – Radio Vaticano)

Mensaje del Papa Francisco para la XXIV Jornada Mundial del Enfermo 2016


VATICANO, 28 Ene. 16 / 06:48 am (ACI).- La Oficina de Prensa de la Santa Sede dio a conocer el mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial del Enfermo que se celebrará el próximo 11 de febrero de 2016, en la fiesta de la Virgen de Lourdes.
A continuación el texto completo:
Confiar en Jesús misericordioso como María: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5)
Queridos hermanos y hermanas:
La XXIV Jornada Mundial del Enfermo me ofrece la oportunidad de estar especialmente cerca de vosotros, queridos enfermos, y de todos los que os cuidan.
Debido a que este año dicha Jornada será celebrada solemnemente en Tierra Santa, propongo meditar la narración evangélica de las bodas de Caná (Jn 2,1-11), donde Jesús realizó su primer milagro gracias a la mediación de su Madre. El tema elegido, «Confiar en Jesús misericordioso como María: “Haced lo que Él os diga”» (Jn 2,5), se inscribe muy bien en el marco del Jubileo extraordinario de la Misericordia. La Celebración eucarística central de la Jornada, el 11 de febrero de 2016, memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes, tendrá lugar precisamente en Nazaret, donde «la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14). Jesús inició allí su misión salvífica, aplicando a sí mismo las palabras del profeta Isaías, como dice el evangelista Lucas: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).
La enfermedad, sobre todo cuando es grave, pone siempre en crisis la existencia humana y nos plantea grandes interrogantes. La primera reacción puede ser de rebeldía: ¿Por qué me ha sucedido precisamente a mí? Podemos sentirnos desesperados, pensar que todo está perdido y que ya nada tiene sentido…
En esta situación, por una parte la fe en Dios se pone a prueba, pero al mismo tiempo revela toda su fuerza positiva. No porque la fe haga desaparecer la enfermedad, el dolor o los interrogantes que plantea, sino porque nos ofrece una clave con la que podemos descubrir el sentido más profundo de lo que estamos viviendo; una clave que nos ayuda a ver cómo la enfermedad puede ser la vía que nos lleva a una cercanía más estrecha con Jesús, que camina a nuestro lado cargado con la cruz. Y esta clave nos la proporciona María, su Madre, experta en esta vía.
En las bodas de Caná, María aparece como la mujer atenta que se da cuenta de un problema muy importante para los esposos: se ha acabado el vino, símbolo del gozo de la fiesta. María descubre la dificultad, en cierto sentido la hace suya y, con discreción, actúa rápidamente. No se limita a mirar, y menos aún se detiene a hacer juicios, sino que se dirige a Jesús y le presenta el problema tal como es: «No tienen vino» (Jn 2,3). Y cuando Jesús le hace presente que aún no ha llegado el momento para que Él se revele (cf. v. 4), dice a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga» (v. 5). Entonces Jesús realiza el milagro, transformando una gran cantidad de agua en vino, en un vino que aparece de inmediato como el mejor de toda la fiesta. ¿Qué enseñanza podemos obtener del misterio de las bodas de Caná para la Jornada Mundial del Enfermo?
El banquete de bodas de Caná es una imagen de la Iglesia: en el centro está Jesús misericordioso que realiza la señal; a su alrededor están los discípulos, las primicias de la nueva comunidad; y cerca de  Jesús y de sus discípulos está María, Madre previsora y orante. María participa en el gozo de la gente común y contribuye a aumentarlo; intercede ante su Hijo por el bien de los esposos y de todos los invitados. Y Jesús no rechazó la petición de su Madre. Cuánta esperanza nos da este acontecimiento. Tenemos una Madre con ojos vigilantes y compasivos, como los de su Hijo; con un corazón maternal lleno de misericordia, como Él; con unas manos que quieren ayudar, como las manos de Jesús, que partían el pan para los hambrientos, que tocaban a los enfermos y los sanaba. Esto nos llena de confianza y nos abre a la gracia y a la misericordia de Cristo. La intercesión de María nos permite experimentar la consolación por la que el apóstol Pablo bendice a Dios: «¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos consuela en cualquier tribulación nuestra hasta el punto de poder consolar nosotros a los demás en cualquier lucha, mediante el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios! Porque lo mismo que abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, abunda también nuestro consuelo gracias a Cristo» (2 Co 1,3-5). María es la Madre «consolada» que consuela a sus hijos.
En Caná se perfilan los rasgos característicos de Jesús y de su misión: Él es Aquel que socorre al que está en dificultad y pasa necesidad. En efecto, en su ministerio mesiánico curará a muchos de sus enfermedades, dolencias y malos espíritus, dará la vista a los ciegos, hará caminar a los cojos, devolverá la salud y la dignidad a los leprosos, resucitará a los muertos y a los pobres anunciará la buena nueva (cf. Lc 7,21-22). La petición de María, durante el banquete nupcial, puesta por el Espíritu Santo en su corazón de madre, manifestó no sólo el poder mesiánico de Jesús sino también su misericordia.
En la solicitud de María se refleja la ternura de Dios. Y esa misma ternura se hace presente también en la vida de muchas personas que se encuentran junto a los enfermos y saben comprender sus necesidades, aún las más ocultas, porque miran con ojos llenos de amor. Cuántas veces una madre a la cabecera de su hijo enfermo, o un hijo que se ocupa de su padre anciano, o un nieto que está cerca del abuelo o de la abuela, confían su súplica en las manos de la Virgen. Para nuestros seres queridos que sufren por la enfermedad pedimos en primer lugar la salud; Jesús mismo manifestó la presencia del Reino de Dios precisamente a través de las curaciones: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan» (Mt 11,4-5). Pero el amor animado por la fe hace que pidamos para ellos algo más grande que la salud física: pedimos la paz, la serenidad de la vida que parte del corazón y que es don de Dios, fruto del Espíritu Santo que el Padre no niega nunca a los que se lo piden con confianza.
En la escena de Caná, además de Jesús y su Madre, están también los que son llamados «sirvientes», que reciben de Ella esta indicación: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). Naturalmente el milagro tiene lugar por obra de Cristo; sin embargo, Él quiere servirse de la ayuda humana para realizar el prodigio. Habría podido hacer aparecer directamente el vino en las tinajas. Sin embargo, quiere contar con la colaboración humana, y pide a los sirvientes que las llenen de agua. Cuánto valora y aprecia Dios que seamos servidores de los demás. Esta es de las cosas que más nos asemeja a Jesús, el cual «no ha venido a ser servido sino a servir» (Mc 10,45). Estos personajes anónimos del Evangelio nos enseñan mucho. No sólo obedecen, sino que lo hacen generosamente: llenaron las tinajas hasta el borde (cf. Jn 2,7). Se fían de la Madre, y con prontitud hacen bien lo que se les pide, sin lamentarse, sin hacer cálculos.
En esta Jornada Mundial del Enfermo podemos pedir a Jesús misericordioso por la intercesión de María, Madre suya y nuestra, que nos conceda esta disponibilidad para servir a los necesitados, y concretamente a nuestros hermanos enfermos. A veces este servicio puede resultar duro, pesado, pero estamos seguros de que el Señor no dejará de transformar nuestro esfuerzo humano en algo divino. También nosotros podemos ser manos, brazos, corazones que ayudan a Dios a realizar sus prodigios, con frecuencia escondidos. También nosotros, sanos o enfermos, podemos ofrecer nuestros cansancios y sufrimientos como el agua que llenó las tinajas en las bodas de Caná y fue transformada en el mejor vino. Cada vez que se ayuda discretamente a quien sufre, o cuando se está enfermo, se tiene la ocasión de cargar sobre los propios hombros la cruz de cada día y de seguir al Maestro (cf. Lc 9,23); y aún cuando el encuentro con el sufrimiento sea siempre un misterio, Jesús nos ayuda a encontrarle sentido.
Si sabemos escuchar la voz de María, que nos dice también a nosotros: «Haced lo que Él os diga», Jesús transformará siempre el agua de nuestra vida en vino bueno. Así, esta Jornada Mundial del Enfermo, celebrada solemnemente en Tierra Santa, ayudará a realizar el deseo que he manifestado en la Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia: «Este Año Jubilar vivido en la misericordia pueda favorecer el encuentro con [el Hebraísmo, el Islam] y con las otras nobles tradiciones religiosas; nos haga más abiertos al diálogo para conocernos y comprendernos mejor; elimine toda forma de cerrazón y desprecio, y aleje cualquier forma de violencia y de discriminación» (Misericordiae Vultus, 23). Cada hospital o clínica puede ser un signo visible y un lugar que promueva la cultura del encuentro y de la paz, y en el que la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, así como también la ayuda profesional y fraterna, contribuyan a superar todo límite y división.
Son un ejemplo para nosotros las dos monjas canonizadas en el pasado mes de mayo: santa María Alfonsina Danil Ghattas y santa María de Jesús Crucificado Baouardy, ambas hijas de la Tierra Santa.  La primera fue testigo de mansedumbre y de unidad, ofreciendo un claro testimonio de la importancia que tiene el que seamos unos responsables de los otros importante es que seamos responsables unos de otros, de que vivíamos al servicio de los demás. La segunda, mujer humilde e iletrada, fue dócil al Espíritu Santo y se convirtió en instrumento de encuentro con el mundo musulmán.
A todos los que están al servicio de los enfermos y de los que sufren, les deseo que estén animados por el ejemplo de María, Madre de la Misericordia. «La dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, a fin de que todos podamos descubrir la alegría de la ternura de Dios» (ibíd., 24) y llevarla grabada en nuestros corazones y en nuestros gestos. Encomendemos a la intercesión de la Virgen nuestras ansias y tribulaciones, junto con nuestros gozos y consolaciones, y dirijamos a ella nuestra oración, para que vuelva a nosotros sus ojos misericordiosos, especialmente en los momentos de dolor, y nos haga dignos de contemplar hoy y por toda la eternidad el Rostro de la misericordia, su Hijo Jesús.
Acompaño esta súplica por todos vosotros con mi Bendición Apostólica.
Dado en el Vaticano, el 15 de setiembre de 2015
Memoria de Nuestra Señora de los Dolores.
Francisco

martes, 26 de enero de 2016

"Misericordia quiero y no sacrificio" - Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2016

VATICANO, 26 Ene. 16 / 06:05 am (ACI).- Hoy se dio a conocer el mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2016 que lleva como título «'Misericordia quiero y no sacrificio' (Mt 9,13). Las obras de misericordia en el camino jubilar». El texto ha sido dado a conocer por la Santa Sede en conferencia de prensa. Los idiomas en los que puede encontrarse son el italiano, español, inglés, polaco, alemán, portugués, francés y árabe.
A continuación el texto completo en español:
«'Misericordia quiero y no sacrificio' (Mt 9,13).
Las obras de misericordia en el camino jubilar»

1. María, icono de una Iglesia que evangeliza porque es evangelizada
En la Bula de convocación del Jubileo invité a que «la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios» (Misericordiae vultus, 17). Con la invitación a escuchar la Palabra de Dios y a participar en la iniciativa «24 horas para el Señor» quise hacer hincapié en la primacía de la escucha orante de la Palabra, especialmente de la palabra profética. La misericordia de Dios, en efecto, es un anuncio al mundo: pero cada cristiano está llamado a experimentar en primera persona ese anuncio. Por eso, en el tiempo de la Cuaresma enviaré a los Misioneros de la Misericordia, a fin de que sean para todos un signo concreto de la cercanía y del perdón de Dios.
María, después de haber acogido la Buena Noticia que le dirige el arcángel Gabriel, María canta proféticamente en el Magnificat la misericordia con la que Dios la ha elegido. La Virgen de Nazaret, prometida con José, se convierte así en el icono perfecto de la Iglesia que evangeliza, porque fue y sigue siendo evangelizada por obra del Espíritu Santo, que hizo fecundo su vientre virginal. En la tradición profética, en su etimología, la misericordia está estrechamente vinculada, precisamente con las entrañas maternas (rahamim) y con una bondad generosa, fiel y compasiva (hesed) que se tiene en el seno de las relaciones conyugales y parentales.
2. La alianza de Dios con los hombres: una historia de misericordia
El misterio de la misericordia divina se revela a lo largo de la historia de la alianza entre Dios y su pueblo Israel. Dios, en efecto, se muestra siempre rico en misericordia, dispuesto a derramar en su pueblo, en cada circunstancia, una ternura y una compasión visceral, especialmente en los momentos más dramáticos, cuando la infidelidad rompe el vínculo del Pacto y es preciso ratificar la alianza de modo más estable en la justicia y la verdad. Aquí estamos frente a un auténtico drama de amor, en el cual Dios desempña el papel de padre y de marido traicionado, mientras que Israel el de hijo/hija y el de esposa infiel. Son justamente las imágenes familiares —como en el caso de Oseas (cf. Os 1-2)— las que expresan hasta qué punto Dios desea unirse a su pueblo.
Este drama de amor alcanza su culmen en el Hijo hecho hombre. En él Dios derrama su ilimitada misericordia hasta tal punto que hace de él la «Misericordia encarnada» (Misericordiae vultus, 8). En efecto, como hombre, Jesús de Nazaret es hijo de Israel a todos los efectos. Y lo es hasta tal punto que encarna la escucha perfecta de Dios que el Shemà requiere a todo judío, y que todavía hoy es el corazón de la alianza de Dios con Israel: «Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás, pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Dt 6,4-5). El Hijo de Dios es el Esposo que hace cualquier cosa por ganarse el amor de su Esposa, con quien está unido con un amor incondicional, que se hace visible en las nupcias eternas con ella.
Es éste el corazón del kerygma apostólico, en el cual la misericordia divina ocupa un lugar central y fundamental. Es «la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado» (Exh. ap. Evangelii gaudium, 36), el primer anuncio que «siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra a lo largo de la catequesis» (ibíd., 164). La Misericordia entonces «expresa el comportamiento de Dios hacia el pecador, ofreciéndole una ulterior posibilidad para examinarse, convertirse y creer» (Misericordiae vultus, 21), restableciendo de ese modo la relación con él. Y, en Jesús crucificado, Dios quiere alcanzar al pecador incluso en su lejanía más extrema, justamente allí donde se perdió y se alejó de Él. Y esto lo hace con la esperanza de poder así, finalmente, enternecer el corazón endurecido de su Esposa.
3. Las obras de misericordia
La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel, y lo hace a su vez capaz de misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la tradición de la Iglesia llama las obras de misericordia corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en el cuerpo y en el espíritu, y sobre los que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo. Por eso, expresé mi deseo de que «el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina» (ibíd., 15). En el pobre, en efecto, la carne de Cristo «se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado» (ibíd.). Misterio inaudito y escandaloso la continuación en la historia del sufrimiento del Cordero Inocente, zarza ardiente de amor gratuito ante el cual, como Moisés, sólo podemos quitarnos las sandalias (cf. Ex 3,5); más aún cuando el pobre es el hermano o la hermana en Cristo que sufren a causa de su fe.
Ante este amor fuerte como la muerte (cf. Ct 8,6), el pobre más miserable es quien no acepta reconocerse como tal. Cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres. Esto es así porque es esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino parar sofocar dentro de sí la íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre mendigo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro, que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc 16,20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión. Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizá no vemos. Y este ofuscamiento va acompañado de un soberbio delirio de omnipotencia, en el cual resuena siniestramente el demoníaco «seréis como Dios» (Gn 3,5) que es la raíz de todo pecado. Ese delirio también puede asumir formas sociales y políticas, como han mostrado los totalitarismos del siglo XX, y como muestran hoy las ideologías del pensamiento único y de la tecnociencia, que pretenden hacer que Dios sea irrelevante y que el hombre se reduzca a una masa para utilizar. Y actualmente también pueden mostrarlo las estructuras de pecado vinculadas a un modelo falso de desarrollo, basado en la idolatría del dinero, como consecuencia del cual las personas y las sociedades más ricas se vuelven indiferentes al destino de los pobres, a quienes cierran sus puertas, negándose incluso a mirarlos.
La Cuaresma de este Año Jubilar, pues, es para todos un tiempo favorable para salir por fin de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Precisamente tocando en el mísero la carne de Jesús crucificado el pecador podrá recibir como don la conciencia de que él mismo es un pobre mendigo. A través de este camino también los «soberbios», los «poderosos» y los «ricos», de los que habla el Magnificat, tienen la posibilidad de darse cuenta de que son inmerecidamente amados por Cristo crucificado, muerto y resucitado por ellos. Sólo en este amor está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre —engañándose— cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin embargo, siempre queda el peligro de que, a causa de un cerrarse cada vez más herméticamente a Cristo, que en el pobre sigue llamando a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es el infierno. He aquí, pues, que resuenan de nuevo para ellos, al igual que para todos nosotros, las lacerantes palabras de Abrahán: «Tienen a Moisés y los Profetas; que los escuchen» (Lc 16,29). Esta escucha activa nos preparará del mejor modo posible para celebrar la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte del Esposo ya resucitado, que desea purificar a su Esposa prometida, a la espera de su venida.
No perdamos este tiempo de Cuaresma favorable para la conversión. Lo pedimos por la intercesión materna de la Virgen María, que fue la primera que, frente a la grandeza de la misericordia divina que recibió gratuitamente, confesó su propia pequeñez (cf. Lc 1,48), reconociéndose como la humilde esclava del Señor (cf. Lc 1,38).
Vaticano, 4 de octubre de 2015
Fiesta de San Francisco de Assis

FRANCISCUS

jueves, 14 de enero de 2016

Catequesis del Papa Francisco sobre la misericordia de Dios en la Biblia



VATICANO, 13 Ene. 16 / 04:38 am (ACI).- El Papa Francisco presidió esta mañana la primera Audiencia General del año 2016, dando inicio a un ciclo de catequesis sobre la misericordia de Dios en la Biblia y reflexionó sobre la frase del libro del Éxodo: «El Señor, Dios misericordioso y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad».

Este es el texto completo de la catequesis del Papa Francisco difundido por Radio Vaticano:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy iniciamos las catequesis sobre la misericordia según la perspectiva bíblica,para aprender sobre la misericordia al escuchar aquello que Dios mismo nos enseña con su Palabra. Iniciamos por el Antiguo Testamento, que nos prepara y nos conduce a la revelación plena de Jesucristo, en el cual se realiza la revelación de la misericordia del Padre.



En las Sagradas Escrituras, el Señor es presentado como “Dios misericordioso”. Este es su nombre,  a través del cual nos revela, por así decir, su rostro y su corazón. Él mismo, como narra el Libro del Éxodo, revelándose a Moisés  se autodefinió como: «El Señor, Dios misericordioso y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor y fidelidad» (34,6). También en otros textos encontramos esta fórmula, con alguna variación, pero siempre la insistencia está puesta en la misericordia y en el amor de Dios que no se cansa nunca de perdonar (cfr Gn 4,2; Gl 2,13; Sal 86,15; 103,8; 145,8; Ne 9,17). Veamos juntos, una por una, estas palabras de la Sagrada Escritura que nos hablan de Dios.

El Señor es “misericordioso”: esta palabra evoca una actitud de ternura como la de una madre con su hijo. De hecho, el término hebreo usado en la Biblia hace pensar a las vísceras o también en el vientre materno. Por eso, la imagen que sugiere es aquella de un Dios que se conmueve y se enternece por nosotros como una madre cuando toma en brazos a su niño, deseosa sólo de amar, proteger, ayudar, lista a donar todo, incluso a sí misma. Esa es la imagen que sugiere este término. Un amor, por lo tanto, que se puede definir en sentido bueno “visceral”.

Después está escrito que el Señor es “bondadoso”, en el sentido que hace gracia, tiene compasión y, en su grandeza, se inclina sobre quien es débil y pobre, siempre listo para acoger, comprender, perdonar. Es como el padre de la parábola del Evangelio de Luca (cfr Lc 15,11-32): un padre que no se cierra en el resentimiento por el abandono del hijo menor, sino al contrario continúa a esperarlo, lo ha generado, y después corre a su encuentro y lo abraza, no lo deja ni siquiera terminar su confesión, como si le cubriera la boca, qué grande es el amor y la alegría por haberlo reencontrado; y después va también a llamar al hijo mayor, que está indignado y no quiere hacer fiesta, el hijo que ha permanecido siempre en la casa, pero viviendo como un siervo más que como un hijo, y también sobre él el padre se inclina, lo invita a entrar, busca abrir su corazón al amor, para que ninguno quede excluso de la fiesta de la misericordia. La misericordia es una fiesta.

De este Dios misericordioso se dice también que es “lento para enojarse”, literalmente, “largo de respiro”, es decir, con el respiro amplio de la pacienciay de la capacidad de soportar. Dios sabe esperar, sus tiempos no son aquellos impacientes de los hombres; Es como un sabio agricultor que sabe esperar, da tiempo a la buena semilla para que crezca, a pesar de la cizaña (cfr Mt 13,24-30).

Y por último, el Señor se proclama “grande en el amor y en la fidelidad”. ¡Qué hermosa es esta definición de Dios! Aquí está todo. Porque Dios es grande y poderoso, pero esta grandeza y poder se despliegan en el amarnos, nosotros así pequeños, así incapaces. La palabra “amor”, aquí utilizada, indica el afecto, la gracia, la bondad. No es un amor de telenovela. Es el amor que da el primer paso, que no depende de los méritos humanos sino de una inmensa gratuidad. Es la solicitud divina que nada la puede detener, ni siquiera el pecado, porque sabe ir más allá del pecado, vencer el mal y perdonarlo.

Una “fidelidad” sin límites: he aquí la última palabra de la revelación de Dios a Moisés. La fidelidad de Dios nunca falla, porque el Señor es el Custodio que, como dice el Salmo, no se adormenta sino que vigila continuamente sobre nosotros para llevarnos a la vida:

«El no dejará que resbale tu pie:
¡tu guardián no duerme!
No, no duerme ni dormita
el guardián de Israel.

[...]

El Señor te protegerá de todo mal
y cuidará tu vida.
El te protegerá en la partida y el regreso,
ahora y para siempre» (121,3-4.7-8).

Y este Dios misericordioso es fiel en su misericordia. Y Pablo dice algo bello: si tú, delante a Él, no eres fiel, Él permanecerá fiel porque no puede renegarse a sí mismo, la fidelidad en la misericordia es el ser de Dios. Y por esto Dios es totalmente y siempre confiable. Una presencia sólida y estable. Es esta la certeza de nuestra fe. Y luego, en este Jubileo de la Misericordia, confiemos totalmente en Él, y experimentemos la alegría de ser amados por este “Dios misericordioso y bondadoso, lento para enojarse y grande en el amor y en la fidelidad”.

miércoles, 6 de enero de 2016

El Papa explica en la Epifanía la misión de la Iglesia y el significado de los Reyes Magos



VATICANO, 06 Ene. 16 / 04:48 am (ACI).- El Papa Francisco aseguró hoy que la misión de la Iglesia es la de anunciar el Evangelio  e iluminar la vida de las personas y de los pueblos. Además, pidió seguir la luz que conduce a Jesús y habló de los Reyes Magos como “prueba viva de que las semillas de verdad están presentes en todas partes”.

Esta mañana, el Pontífice presidió la Misa con motivo de la Solemnidad de la Epifanía del Señor en la Basílica de San Pedro y dijo que “la Iglesia no puede pretender brillar con luz propia”, sino que debe brillar “con la luz de Cristo”.

“Cristo es la luz verdadera que brilla; y, en la medida en que la Iglesia está unida a él, en la medida en que se deja iluminar por él, ilumina también la vida de las personas y de los pueblos”, añadió.

El Papa aseguró que todos necesitan de esta luz puesto que “anunciar el Evangelio de Cristo no es una opción más entre otras posibles, ni tampoco una profesión”.



“Para la Iglesia, ser misionera no significa hacer proselitismo; para la Iglesia, ser misionera equivale a manifestar su propia naturaleza: dejarse iluminar por Dios y reflejar su luz. No hay otro camino. La misión es su vocación. Muchas personas esperan de nosotros este compromiso misionero, porque necesitan a Cristo, necesitan conocer el rostro del Padre”.

El Santo Padre también habló de los Reyes Magos y explicó que son “una prueba viva de que las semillas de verdad están presentes en todas partes, porque son un don del Creador que llama a todos para que lo reconozcan como Padre bueno y fiel”.

“Los Magos representan a los hombres de cualquier parte del mundo que son acogidos en la casa de Dios. Delante de Jesús ya no hay distinción de raza, lengua y cultura: en ese Niño, toda la humanidad encuentra su unidad. Y la Iglesia tiene la tarea de que se reconozca y venga a la luz con más claridad el deseo de Dios que anida en cada uno”. 

Francisco señaló que al igual que sucedió con los Magos, “hoy muchas personas viven con el ‘corazón inquieto’, haciéndose preguntas que no encuentran respuestas seguras. También ellos están en busca de la estrella que muestre el camino hacia Belén”.

La atención que prestaron “a la voz que dentro les empujaba a seguir aquella luz” y la travesía que realizaron “encierra una enseñanza para nosotros.

“Hoy será bueno que nos repitamos la pregunta de los Magos: ‘¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo’. Nos sentimos urgidos, sobre todo en un momento como el actual, a escrutar los signos que Dios nos ofrece, sabiendo que debemos esforzarnos para descifrarlos y comprender así su voluntad”.

Para concluir, el Papa afirmó que “estamos llamados a ir a Belén para encontrar al Niño y a su Madre. Sigamos la luz que Dios nos da. La luz que proviene del rostro de Cristo, lleno de misericordia y fidelidad”.

“Una vez que estemos ante él, adorémoslo con todo el corazón, y ofrezcámosle nuestros dones: nuestra libertad, nuestra inteligencia, nuestro amor” porque “aquí está la fuente de esa luz que atrae a sí a todas las personas y guía a los pueblos por el camino de la paz”, dijo al terminar. 

¿Qué enseñan los pastores de Belén y los Reyes Magos? El Papa responde en el Ángelus



VATICANO, 06 Ene. 16 / 06:33 am (ACI).- Luego de la Santa Misa por la Solemnidad de la Epifanía del Señor, el Papa Francisco presidió el rezo del ángelus como es habitual desde la ventana del estudio del Palacio Apostólico.

Francisco explicó el significado de los Reyes Magos y de los pastores de Belén que fueron a adorar al Niño Jesús al ver la estrella.

Los primeros le dan a la Epifanía “un aire de universalidad”. “Este es el respirar de la Iglesia, la cual desea que todos los pueblos de la tierra puedan encontrar a Jesús, tener experiencia de su amor misericordioso”, dijo el Papa.

El Pontífice manifestó que para todos “hay una gran consuelo al ver la estrella, es decir, en el sentirse guiados y no abandonados a nuestro destino”.

“La estrella es el Evangelio, la Palabra del Señor”. “Esta luz nos guía hacia Cristo. ¡Sin la escucha del Evangelio no es posible encontrarlo!”, exclamó.



“Los pastores y los Magos son muy distintos entre ellos, pero tienen algo en común: el cielo. Los pastores de Belén corrieron a ver a Jesús no porque fueran particularmente buenos, sino porque velaban en la noche y, alzando los ojos al cielo, vieron una señal, escucharon su mensaje y lo siguieron”.

Los Magos “escrutaron el cielo, vieron una nueva estrella, interpretaron la señal y se pusieron en camino”, dijo Francisco.

Así, “los pastores y los Magos nos enseñan que para encontrar a Jesús es necesario saber alzar la mirada al cielo, no replegarse sobre sí mismo, sino tener el corazón y la mente abiertos al horizonte de Dios, que siempre nos sorprende, saber acoger sus mensajes y responder con prontitud y generosidad”.

“Los Magos, en efecto, siguiendo la estrella llegaron al lugar donde se encontraba Jesús” y su experiencia “nos exhorta a no contentarnos con la mediocridad, a no ‘ir tirando’, sino a buscar el sentido de las cosas, a escrutar con pasión el gran misterio de la vida”, dijo el Papa.

Además, “nos enseña a no escandalizarnos de la pequeñez y de la pobreza, sino a reconocer la majestad en la humildad y sabernos arrodillar frente a ella”.

En definitiva, “eran hombres prestigiosos, de regiones lejanas y culturas diversas, y se habían encaminado hacia la tierra de Israel para adorar al rey que había nacido”.

“La Iglesia desde siempre ha visto en ellos la imagen de toda la humanidad, y con la celebración de la Epifanía quiere casi guiar respetuosamente a cada hombre y mujer de este mundo hacia el Niño que ha nacido para la salvación de todos”.

El Santo Padre también recordó que en la noche de Navidad Jesús se manifestó a los pastores, “hombres humildes y despreciados”. “Fueron ellos los primeros en llevar un poco de calor en aquella fría gruta de Belén”, añadió.

Después de rezar el ángelus, el Papa saludó a los fieles que se encontraban en la Plaza de San Pedro y envió un saluda especial a los cristianos de Oriente Medio. “Hoy expresamos nuestra cercanía espiritual a los hermanos y hermanas del Oriente Cristiano, católicos y ortodoxos, muchos de los cuales celebran mañana la Navidad del Señor”. “Que les llegue nuestro deseo de paz y de bien”, dijo Francisco.

También recordó que en este día se celebra la Jornada Mundial de la Infancia Misionera: “es la fiesta de los niños que, con sus oraciones y sacrificios, ayudan a los de su misma edad más necesitados haciéndose misioneros y testimonio de fraternidad y del compartir”.

sábado, 2 de enero de 2016

Mensaje del Obispo Marcelo Colombo, en la Procesión de san Nicolás de Bari: 1 de Enero de 2016



Mis queridos hermanos,

Una vez más hemos venido a este Santuario donde se cultiva la comunión espiritual de los riojanos en la fiesta de nuestro Padre y Patrón tutelar San Nicolás.

“Año nuevo pacarí, Niño Jesús cancha” hemos rezado junto a los aillis.  “Amanece el Año Nuevo, ilumina el Niño Jesús.” Esa certeza de una luz que no viene de nosotros mismos pero que nos alcanza y abre paso frente a las dificultades del camino, nos llena de alegría y de confianza. No estamos solos. El Señor viene con nosotros.  

Año de la Misericordia
Celebramos con toda la Iglesia un Año de la Misericordia convocado para volver a Dios, quien nos espera en su ternura y fidelidad.

“Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado.” (Francisco, Misericordia vultus, n. 2).

El Año de la Misericordia es así, para todos nosotros, una gran oportunidad para crecer espiritual, personal y socialmente, fortaleciendo nuestra amistad con Dios, fortaleciendo nuestros vínculos fraternos,  y resignificando nuestra relación con la Creación y con los bienes materiales puestos a nuestra disposición por el Señor.

XI Congreso Eucarístico Nacional, Tucumán.
La Iglesia argentina celebrará el próximo mes de junio, el XI Congreso Eucarístico Nacional. En el marco del bicentenario de la Declaración de la Independencia Nacional, nos reuniremos junto a Jesús, Pan de Vida y Esperanza de los hombres, para alimentar nuestros deseos de amar y servir.

El Congreso Eucarístico nos invita a unirnos como Iglesia y profesar solemnemente nuestra voluntad de comunión, arraigándola en Aquél que garantiza en plenitud la fe, la esperanza y el amor. Invito a todas las comunidades a prepararnos con entusiasmo para participar de este encuentro tan importante.

Con las palabras de nuestra oración de estos días lo hemos dicho en la sencillez de nuestra centenaria oración: “Valla y valla y Santisi, Santísimo y Sacramento.” “Tu Hijo es el Santísimo, el Santísimo Sacramento.” Que la Iglesia de La Rioja sea testigo feliz de la presencia de Cristo Eucaristía entre los hombres, animando la conversión del corazón para hacernos pan para los hermanos.

40° Aniversario de la muerte de Mons. Angelelli, los padres Murias y Longueville y del laico Wenceslao Pedernera.
En 2016 se cumplirán cuarenta años de la muerte de nuestros queridos Enrique, Carlos, Gabriel y Wenceslao, asesinados en 1976 para acallar el Evangelio de Jesucristo y la aplicación de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que ellos cada uno según su vocación enseñaban con sus propias vidas.

“(…) ese día alguno se puso contento, creyó que era su triunfo pero fue la derrota de los adversarios. Uno de los primeros cristianos tenía una frase linda, “sangre de mártires, semilla de cristianos”, sangre de estos hombres que dieron su vida por la predicación del Evangelio es triunfo verdadero y hoy clama por vida, por vida de esta Iglesia riojana que hoy es depositaria.” (Homilía del Cardenal Bergoglio, La Rioja, 4 de agosto de 2006).

La entrega de sus vidas nos invita a ser una Iglesia que fermente la vida social como la levadura a la masa. En su evocación, tomemos la posta, asumiendo decididamente la conversión de nuestras estructuras pastorales y proclamando a tiempo y a destiempo, con fidelidad creativa, las bienaventuranzas del Reino de Dios, asumiendo el mensaje y los gestos de Jesús de Nazaret.

La amistad social en clave de Tinkunaco.
  Las nuevas autoridades a nivel nacional, provincial y municipal han comenzado a dar los primeros pasos en el desempeño de la misión que el Pueblo les ha confiado. Pedimos a Dios para que Él los ilumine para el bien de todos.

La apasionante tarea de servir pone a los gobernantes en la perspectiva de contribuir al bien de todos por encima de sus propios intereses personales. Es imprescindible profundizar en una institucionalidad respetuosa de la letra y el espíritu de las normas, cuidadosa de la vida de los pobres, alejada de privilegios y de excepciones peligrosas que impliquen la anomia o el desprecio por los valores morales superiores.  Nos toca a los ciudadanos participar a través de los ámbitos que la democracia nos ofrece. La amistad social es la atmósfera y la savia que la sustentan.

La política como el arte de lo posible, encuentra en el diálogo su camino artesanal para alcanzar el consenso social que acompañe y respalde las decisiones de gobierno. En esta perspectiva, vemos muy buena disposición en las autoridades y en los  actores sociales, lo cual nos llena de esperanza y nos compromete como ciudadanos. Por eso, el Tinkunaco es para nosotros, meta y método de la vida en comunidad. Aquel primer encuentro fundacional de la riojanidad inspira este tiempo en que vivimos, donde deben tratarse y resolverse temas de primera importancia para el presente y el futuro de nuestra provincia.

Con el Papa Francisco y en nombre de esta Iglesia en La Rioja les digo: “La Iglesia quiere colaborar en la búsqueda del bien común, desde sus actividades sociales, educativas, promoviendo los valores éticos y espirituales, siendo un signo profético que lleve un rayo de luz y esperanza a todos, especialmente a los más necesitados.” (Papa Francisco, Discurso a la sociedad civil de Ecuador, julio de 2015).

Mis queridos hermanos, los invito a vivir apasionadamente el tiempo que Dios nos ha confiado. Que no transcurra un solo día del próximo año sin que lo hayamos dado todo de nosotros mismos.

Jesús, nuestro Niño Alcalde y buen Pastor, nos asista y acompañe. Que Él ilumine el año 2016 que comienza.

¡San Nicolás, Padre y Patrón tutelar, ruega por nosotros!



La Rioja, 1° de enero de 2016

+Marcelo Colombo, Padre Obispo de La Rioja

Intenciones del Papa Fransciso para el mes de Enero de 2016






La intención universal del apostolado de la oración del Santo Padre para el mes de enero de 2016 es:

 ''Que el diálogo sincero entre hombres y mujeres de diversas religiones, conlleve frutos de paz y justicia. ''.

Su intención evangelizadora es: 

''Para que mediante el diálogo y la caridad fraterna, con la gracia del Espíritu Santo, se superen las divisiones entre los cristianos''.

El Papa en el Ángelus da las claves para lograr la paz y que 2016 sea “un poco mejor”



VATICANO, 01 Ene. 16 / 06:51 am (ACI).- El Papa Francisco inició 2016 poniendo una tarea: “comenzamos a abrir el corazón, despertando la atención del prójimo” porque esta “es la vía para la conquista de la paz”.

Esta mañana, el Pontífice presidió una Misa en la Basílica de San Pedro por la Solemnidad de Santa María Madre de Dios y después rezó el Ángelus desde la ventana del estudio del Palacio Apostólico, donde dio las claves de cómo “conquistar” la paz, puesto que hoy también se celebra la Jornada Mundial por la Paz.

“La paz, que Dios Padre desea sembrar en el mundo, debe ser cultivada por nosotros, pero no solo, porque debe ser también conquistada”, aseguró.

“Esto implica una verdadera lucha, un combate espiritual que tiene lugar en nuestro corazón”, añadió.

El Papa también afirmó que, además de la guerra, también es “enemiga de la paz” la “indiferencia, que hace pensar solo en sí misma y crea barreras, sospechas, miedos y cerrajones”.



En su saludo a los fieles, Francisco felicitó el nuevo año y pidió renovar “el deseo de que aquello que venga sea un poco mejor”. “Es, en el fondo un signo de esperanza que nos anima y nos invita a creer en la vida. Sabemos que con el año nuevo no cambiará todo y que muchos problemas de ayer permanecerán también mañana”.

El Papa, sirviéndose de las lecturas de la liturgia del día, manifestó un deseo: “que el Señor pose la mirada sobre ustedes y que puedan alegrarse, sabiendo que cada día su rostro misericordioso, más radiante que el sol, resplandece sobre ustedes y no desaparece nunca”.

Por tanto, “descubrir el rostro de Dios hace nueva la vida” porque “es un Padre enamorado del hombre, que no se cansa nunca de recomenzar de nuevo con nosotros para renovarnos”.

Sin embargo, Francisco advirtió que Dios “no promete cambios mágicos, Él no usa la varita mágica” sino que “ama cambiar la realidad desde dentro, con paciencia y amor; pide entrar en nuestra vida con delicadeza, como la lluvia en la tierra, para traer fruto”.

En este contexto, el Santo Padre aprovechó para denunciar que “a veces estamos tan inundados de noticias que nos distraemos de la realidad, del hermano y de la hermana que nos necesitan”.

Francisco pidió la ayuda de la Virgen María, “Reina de la Paz, la Madre de Dios” y aprovechó para explicar qué significa lo que dice el Evangelio del día “Y Ella custodiaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. “¿De qué se trata?”, preguntó.

“Ciertamente de la alegría por el nacimiento de Jesús, pero también de las dificultades que había encontrado: tuvo que poner a su Hijo en un pesebre porque no había sitio para ellos en la posada y el futuro era muy incierto”.

El Papa dijo que eran también “las esperanzas y las preocupaciones, la gratitud y los problemas: todo aquello que acontecía en la vida se transformaba, en el corazón de María, oración, diálogo con Dios”.

“He aquí el secreto de la Madre de Dios. Y Ella hace así también por nosotros: custodia las alegrías y desata los nudos de nuestra vida, llevándonos al Señor”.

Después, el Papa improvisó y propuso a los fieles acordarse de unas palabras de la Escritura y repetirlas todos los días. “Cada mañana, cuando os despertéis recuerden aquel pasaje de la bendición de Dios: ‘Hoy el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí’. ¡Todos! –dijo invitando a repetirlo–. Hoy el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí. ¡Otra vez! Hoy el Señor hace resplandecer su rostro sobre mí".