María, Madre de Jesús y nuestra, nos
señala hoy su Inmaculado Corazón. Un corazón que arde de amor divino, que
rodeado de rosas blancas nos muestra su pureza total y que atravesado por una
espada nos invita a vivir el sendero del dolor-alegría.
Al celebrar el Inmaculado Corazón de
María, nos unimos al Sagrado Corazón de Jesús, porque es ella quien nos dirige
a su Hijo. Por eso, en la liturgia, se celebran ambas fiestas de manera
consecutiva, viernes y sábado respectivamente, en la semana siguiente al
domingo del Corpus Christi.
Santa María, Mediadora de todas las
gracias, nos invita a confiar en su amor maternal, a dirigir nuestras plegarias
pidiéndole a su Inmaculado Corazón que nos ayude a conformarnos con su Hijo
Jesús.
Ella, quien atesoraba y meditaba todos
los signos de Dios en su Corazón, nos llama a esforzarnos por conocer nuestro
propio corazón, es decir la realidad profunda de nuestro ser, aquel misterioso
núcleo donde encontramos la huella divina que exige el encuentro pleno con Dios
Amor.