En este día, como Iglesia nos unimos
para orar, pidiendo al Señor por las vocaciones sacerdotales y a la vida
consagrada.
El
arte de promover y de cuidar las vocaciones encuentra un luminoso punto de
referencia en las páginas del Evangelio en las que Jesús llama a sus discípulos
a seguirle y los educa con amor y esmero… La vocación de los discípulos nace
precisamente en el coloquio íntimo de Jesús con el Padre. Las vocaciones al
ministerio sacerdotal y a la vida consagrada son primordialmente fruto de un
constante contacto con el Dios vivo y de una insistente oración que se eleva al
«Señor de la mies» tanto en las comunidades parroquiales, como en las familias
cristianas y en los cenáculos vocacionales.
El
Señor, al comienzo de su vida pública, llamó a algunos pescadores, entregados
al trabajo a orillas del lago de Galilea: «Veníos conmigo y os haré pescadores
de hombres» (Mt 4, 19). Les mostró su misión mesiánica con numerosos «signos»
que indicaban su amor a los hombres y el don de la misericordia del Padre; los
educó con la palabra y con la vida, para que estuviesen dispuestos a ser los
continuadores de su obra de salvación; finalmente, «sabiendo que había llegado
la hora de pasar de este mundo al Padre» (Jn 13,1), les confió el memorial de su
muerte y resurrección y, antes de ser elevado al cielo, los envió a todo el
mundo con el mandato: «Id y haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19).
La
propuesta que Jesús hace a quienes dice «¡Sígueme!» es ardua y exultante: los
invita a entrar en su amistad, a escuchar de cerca su Palabra y a vivir con Él;
les enseña la entrega total a Dios y a la difusión de su Reino según la ley del
Evangelio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo;
pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24); los invita a salir de la propria
voluntad cerrada en sí misma, de su idea de autorrealización, para sumergirse
en otra voluntad, la de Dios, y dejarse guiar por ella; les hace vivir una
fraternidad, que nace de esta disponibilidad total a Dios (cf. Mt 12, 49-50), y
que llega a ser el rasgo distintivo de la comunidad de Jesús: «La señal por la
que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros» (Jn 13,
35).
Por
eso, cada momento de la vida de la comunidad eclesial –catequesis, encuentros
de formación, oración litúrgica, peregrinaciones a los santuarios- es una
preciosa oportunidad para suscitar en el Pueblo de Dios, particularmente entre
los más pequeños y en los jóvenes, el sentido de pertenencia a la Iglesia y la
responsabilidad de la respuesta a la llamada al sacerdocio y a la vida
consagrada, llevada a cabo con elección libre y consciente.
Oración de Juan Pablo II por las vocaciones
Oración de Juan Pablo II por las vocaciones
Padre Bueno, en Cristo tu Hijo, nos revelas tu amor, nos abrazas como a tus hijos y nos ofreces la posibilidad de descubrir, en tu voluntad, los rasgos de nuestro verdadero rostro.
Padre santo, Tú nos llamas a ser santos como Tú eres Santo. Te pedimos que nunca falten a tu Iglesia ministros y apóstoles santos que, con la palabra y con los sacramentos, preparen el camino para el encuentro contigo.
Padre misericordioso, da a la humanidad extraviada, hombres y mujeres, que, con el testimonio de una vida transfigurada, a imagen de tu Hijo, caminen alegremente con todos los demás hermanos y hermanas hacia la patria celestial.
Padre nuestro, con la voz de tu Espíritu Santo, y confiando en la materna intercesión de María, te pedimos ardientemente: manda a tu Iglesia sacerdotes, que sean testimonios valientes de tu infinita bondad.
Amén.