Ante la muerte de un ser muy
querido, San Agustín, escribió:
No llores si me amas…
Si conocieras el don de Dios
y lo que es el cielo…
Si pudiera oír el cántico de
los ángeles y verme en medio de ellos…
si pudieras ver
desarrollarse ante tus ojos, los horizontes, los campos y los nuevos senderos
que atravieso.
Si por un instante pudieras
contemplar como yo la belleza, ante la cual las bellezas palidecen…
¡Cómo!... ¿Tú me has visto,
me has amado en el país de las sombras
y no te resignas a verme y
amarme en el país de las inmutables realidades?
Créeme. Cuando la muerte
venga a romper tus ligaduras, como ha roto las que a mí me encadenaban;
cuando llegue el día que
Dios ha fijado y conoce, y tu alma venga a este cielo al que te ha precedido la
mía… Ése día volverás a verme.
Sentirás que te sigo amando,
que te amé, y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas.
Volverás a verme en éxtasis
feliz. Ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo,
pues te llevaré de la mano
por los senderos nuevos de luz y vida.
Enjuga tu llanto y no llores
si me amas!