Los Santos de la Iglesia siempre han reconocido que el Padrenuestro es un resumen de todo el Evangelio del Señor. Y cada palabra y cada frase de esta oración es para nosotros una rica fuente para la contemplación y la reflexión.
Este es el enfoque que he estado tratando de asumir en estas últimas columnas. He estado tratando de pasar tiempo pensando y orando acerca de las palabras que Jesús nos dio para que oráramos, preguntándome qué significan estas palabras para nuestra relación con Dios y para nuestra vida de fe en el mundo.
Desde el principio de esta oración, la palabra “nuestro”, nos llama a rechazar el egoísmo y el individualismo que forman parte de nuestra naturaleza humana.
La Oración del Señor nos enseña que todos somos hermanos y hermanas, que somos hijos nacidos de un Padre que está en el Cielo. Esto hace que nuestro tiempo en la Tierra sea una especie de peregrinación, un viaje de vuelta al Padre, siguiendo los pasos de su Hijo.
Hablamos con nuestro Padre directamente, personalmente. Le pedimos la gracia de glorificar su santo nombre, de buscar su Reino y de conocer y hacer su voluntad. Le pedimos que nos ayude a avanzar hacia su voz, a abrir nuestros corazones a su proyecto de amor para nuestras vidas y para la creación.
Decimos: Santificado sea tu nombre. Porque el nombre de Dios denota quien Él mismo es. Y Dios es Santo. Al darnos su nombre, al crearnos a su imagen y al mostrarnos su rostro en Jesús, nuestro Padre nos llama a participar de su santidad: “Sean Santos como yo, el Señor, soy Santo”.
De modo que oramos para responder a su llamada, para glorificar su santo nombre a través de la manera en la que vivimos, es decir, a través de nuestras palabras y acciones, de nuestras actitudes y deseos.
Siempre debemos recordar que la santidad no es algo que sólo esté destinado a personas especiales. La santidad consiste en aceptar los dones y las gracias de Dios y en vivir de la manera en la que Él nos llama a vivir, es decir, con amor y compasión hacia los demás. Nuestro Padre quiere santificar su creación para llenar el mundo con la luz de su amor, para que su santo nombre sea conocido y glorificado en todos los corazones y en todas las naciones. Y Él quiere hacer eso a través de nosotros.
Jesús nos enseña a orar para que estemos más profundamente involucrados en el proyecto de la redención de Dios, para que pongamos totalmente nuestras vidas al servicio de este plan. Por eso, pedimos, que venga tu Reino.
El Reino es el mensaje, la buena noticia que Jesús trae al mundo por medio de su Vida, Muerte y Resurrección. El Reino ha venido en Jesús y continúa creciendo a través del ministerio de su Iglesia.
Su Reino es nuestra misión. Jesús ordenó: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia”.
Le pedimos poder trabajar con Él para llevar a cumplimiento sus propósitos. Que venga tu Reino significa que estamos trabajando todos los días para vencer el pecado y la injusticia, para construir un mundo que sea más pacífico, más gobernado por la bondad, el amor y el cuidado por los demás.
Pero Jesús nos recordó que su Reino no es de este mundo. De modo que oramos pidiendo prudencia, pidiendo que nunca sustituyamos nuestras visiones y ambiciones terrenales por el verdadero Reino cuyo advenimiento Dios desea.
Jesús nos enseña a orar primero por lo que Dios quiere para nuestras vidas y el mundo. Por eso oramos diciendo: Hágase tu voluntad en la Tierra como en el Cielo.
No esperamos que la Tierra sea un Cielo. Pero le imploramos a Dios poder hacer lo que nos toca para que esta Tierra se parezca más al Cielo. Pedimos poder vivir de acuerdo a la Palabra de Dios; poder construir nuestras vidas sobre la roca sólida de sus divinas enseñanzas.
“Esta es la voluntad de Dios: que sean Santos”, dijo San Pablo. Por eso oramos nuevamente, pidiendo convertirnos en las personas que estamos destinadas a ser. Oramos nuevamente, pidiendo ser Santos como nuestro Padre es Santo.
Que se haga tu voluntad. Es fácil decir estas palabras rápidamente, sin pensar en lo que estamos pidiendo.
Nuestro instinto natural es querer estar en control de nuestras vidas. Es difícil “dejar ir” y dejar que alguien más esté a cargo. Los apóstoles sabían esto. En la Carta a los Hebreos leemos: “Es una cosa terrible caer en las manos del Dios vivo”.
La frase Hágase tu voluntad es un acto de fe. Aceptamos que la voluntad Dios para nosotros puede incluir las tribulaciones y las pérdidas, que puede traer incluso el sufrimiento y la persecución.
Pero como los apóstoles y los Santos nos lo muestran, la voluntad de Dios es que conozcamos la felicidad, la alegría y la paz. Por eso oramos pidiendo poder seguir a Jesús y confiar en nuestro Padre como Él lo hizo, haciendo de su voluntad, el camino para nuestra vida.
Esta semana, oremos unos por otros.
Pidámosle a nuestra Santísima Madre María que nos ayude a conocer la voluntad de Dios y a realizarla. Y pidamos también la fuerza y el valor necesarios para llevar a cumplimiento los propósitos de nuestro Padre, sin importar lo que Él ponga en nuestro camino en esta vida.
*La columna de opinión de Mons. José Gomez está disponible para ser utilizada gratuitamente en versión electrónica, impresa o verbal. Sólo es necesario citar la autoría (Mons. José Gomez) y el distribuidor (ACI Prensa)