domingo, 22 de mayo de 2016

Orar como hijos



Tenemos tantos motivos para orar en nuestras vidas y en este nuestro mundo tan lleno de problemas…

Al igual que ustedes, yo también hago oración por muchas cosas en el curso de cualquier día. Y con frecuencia, varios acontecimientos hacen que ore por intenciones especiales. Por ejemplo, esta semana, he estado teniendo presente en mi oración a uno de nuestros hermanos sacerdotes que murió, y a la familia de uno de nuestros obispos, quien perdió a su hermana recientemente.

También he estado orando por nuestros hermanos y hermanas de Ecuador y Japón, por todos aquellos que murieron y por el sufrimiento ocasionado por los terremotos ocurridos en esos países. Estoy orando por los refugiados de Siria y África, y por los cristianos que se enfrentan a la persecución, tanto allí como en otras partes del mundo.

Esta semana también he estado orando de manera especial por los refugiados e inmigrantes que viven en una especie “limbo” en nuestro país. El Tribunal Supremo de Estados Unidos escuchó argumentaciones esta semana acerca de un plan del gobierno de ayudar a 4 millones de personas que se encuentran viviendo bajo la diaria amenaza de ser deportados. Estoy orando todos los días por ellos y por nuestros líderes para que corrijan este defectuoso sistema de inmigración que tenemos.

San Pablo decía que debemos orar sin cesar. Y podemos encontrar todos los días continuas razones para orar en los medios de comunicación, en nuestras propias vidas y en las vidas de las personas a las que amamos.

Así que es bueno que sigamos reflexionando sobre las lecciones que nos da el Padre Nuestro, las cuales empezamos hace un par de semanas, en esta columna.

Al darnos las palabras del Padre Nuestro, Jesús no está diciendo que sólo recitando estas palabras podemos hablar con Dios.

Más bien, nos está diciendo que nuestra oración nunca debe ser casual. La oración es una gracia y un regalo; es entrar en una relación con el Dios vivo. Así que necesitamos saber a “quién” le estamos hablando y tenemos que cerciorarnos de que estamos hablando de cosas importantes y necesarias.

Eso es lo que nos enseña el Padre Nuestro: quién es Dios, lo que él espera de nosotros, cómo debemos hablarle y lo que le debemos decir.

Cuando Jesús oraba, elevaba sus ojos al cielo, y a nosotros nos enseña a hacer lo mismo:

“Padre nuestro que estás en los cielos”.

Ante el rostro de nuestro Padre buscamos aquello que estamos destinados a ser. Estamos orando con Jesús para llegar a ser como Jesús, porque él es el único que nos muestra el rostro del Padre y nuestro verdadero rostro como hijos de Dios.

Percibimos dos “movimientos” en la oración que Jesús nos da.

En primer lugar, Él nos enseña a elevar nuestra mirada hacia las cosas del Cielo, nos enseña a adorar y a alabar a Dios por su santo nombre, por su Reino, por su voluntad. En segundo lugar, Jesús nos enseña a pensar acerca de lo que realmente necesitamos; nos enseña a pedírselo: a pedirle el pan, el perdón, el ser liberados de la tentación y del mal.

En el centro de su oración están las palabras, “Hágase tu voluntad”. Esta es la clave del Padre Nuestro y la clave de nuestra vida. En nuestra oración, estamos implorando conocer el misterio de la voluntad de Dios y estamos pidiendo la gracia de unir nuestra voluntad a la de Él.

La oración es un acto de nuestra libertad. Como sabemos, siempre tenemos una opción cuando se trata de Dios. Siempre podemos ignorar o rechazar lo que Dios quiere. Esto lo vemos todos los días en nuestra propia vida, en la vida de otras personas, en las injusticias que se cometen en nuestra sociedad.

Este es el motivo por el que oramos. Le pedimos a Dios el conocerlo y conocer su voluntad para nuestras vidas. Le pedimos la gracia y la fuerza para “hacer” la voluntad de Dios y el valor para moldear al mundo según su voluntad.

Jesús nos enseña a invocar a Dios, ahí donde Él “vive”: en el cielo.

Las palabras “Padre nuestro que estás en los cielos” significan que sabemos que nos estamos dirigiendo al Creador del universo, a Quien mueve las estrellas y los planetas en sus órbitas, a Quien hizo el cielo y la tierra y a Quien sostiene todas las cosas.

No estamos diciendo que Dios es remoto o lejano. Santa Teresa de Ávila dice que “dondequiera que Dios está, ahí está el Cielo”. Y Dios está en todas las partes de su creación, así que sabemos que nuestro Padre del Cielo está más cerca de nosotros que el aire que respiramos.

Debemos orar con una especie de asombro y admiración porque este Dios que creó todas las cosas nos permite acercarnos a él y llamarlo “Padre”.

Con esta oración, Jesús nos enseña a orar con la confianza de los hijos de Dios, sabiendo que somos amados por Dios y que fuimos creados para sus propósitos y a su imagen.

Entonces, esta semana, oremos unos por otros y tratemos de hacer una oración cada día por alguna persona de nuestras vidas o por alguna situación del mundo. Retomemos el hábito de orar por los demás.

Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María que nos ayude a orar con una nueva y más profunda conciencia de que somos hijos e hijas muy amados de nuestro Padre del Cielo

*La columna de opinión de Mons. José Gomez está disponible para ser utilizada gratuitamente en versión electrónica, impresa o verbal. Sólo es necesario citar la autoría (Mons. José Gomez) y el distribuidor (ACI Prensa)