domingo, 22 de mayo de 2016

Nuestro pan de cada día (Orando con el Padre Nuestro)





Mayo es el mes de María. Y es un nuevo momento del año, en la época de la primavera, durante el cual reflexionamos acerca del amor que nuestra Santísima Madre nos mostró al traer a Jesús a este mundo.

Al estar reflexionando sobre la columna de esta semana, de repente me pregunté a mí mismo: ¿Habrá rezado Nuestra Señora alguna vez el Padre Nuestro?

Los Hechos de los Apóstoles nos dicen que María estaba con los Apóstoles, formando parte de la primera comunidad cristiana que se reunió en Jerusalén después de la resurrección. Se nos dice que juntos “se dedicaban, de común acuerdo, a la oración”.

Como bien sabemos, cuando los apóstoles le pidieron a Jesús que les enseñara a orar, Él les enseñó el Padre Nuestro. Por lo tanto, es posible y fascinante pensar que la oración que rezamos actualmente haya podido ser dicha por María, así como lo fue por los Apóstoles.

María era una mujer de oración ya desde mucho antes de que el ángel le trajera la noticia y las promesas de Jesús. Sólo una persona de oración podría haberle dicho que “sí” a Dios en ese momento de la Anunciación.

El “fiat” de María -sus palabras al ángel: “Hágase en mí según tu palabra”- son un eco de las palabras del Padre Nuestro, “Hágase tu voluntad”.

Y el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que estas palabras son un modelo de verdadera oración: “Fiat: Esta es la oración cristiana: ser completamente de Dios, porque Dios es completamente nuestro”.

La oración, como Jesús nos lo enseña, tiene como fin unir nuestra vida a la vida de Dios, y nuestra voluntad a la suya.

Esto lo vemos claramente en la petición: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Estas son palabras de confianza y de abandono a la divina Providencia.

El propósito de la oración no es decirle a Dios lo que necesitamos. Dios ya sabe lo que necesitamos, incluso antes de que se lo pidamos. Cuando le pedimos a Dios “hoy” nuestro “pan de cada día”, estamos haciendo una confesión: que sin Él no podemos alimentarnos a nosotros mismos; que sólo Él puede proporcionarnos lo que necesitamos.

Una vez más, vemos cómo la oración del Señor es un desafío a nuestro egoísmo y a nuestro orgullo, a todas nuestras ilusiones de autosuficiencia.

No importa quiénes seamos o cuánto tengamos o qué tanto trabajemos; realmente, ¿qué es lo que poseemos que no hayamos recibido de la gracia de Dios? Todo lo que tenemos y todo lo que logramos depende de su bondad. Ese es el espíritu de oración que Jesús nos enseña.

Eso no significa que debamos sentarnos pasivamente a esperar que Dios nos dé las cosas. Jesús quiere que oremos como si todo dependiera de Dios y que trabajemos como si todo dependiera de nosotros.

Fíjense cómo Jesús nos enseña a pedir “nuestro” pan. Estamos orando, no sólo por nosotros, sino también por los demás; especialmente por aquellos que no tienen diariamente el suficiente pan para vivir.

Al reflexionar sobre este pasaje, me acordé de las escenas del Evangelio en donde Jesús alimenta a una multitud de personas. En una de ellas, Él les dice a sus discípulos: “Denles ustedes de comer”.

En nuestra oración, estamos pidiendo ser verdaderos hijos de Dios, y eso significa que tenemos que imitar a Jesús en el compartir, de forma radical, nuestro pan de cada día con nuestros hermanos y hermanas, en trabajar por la justicia para que todos puedan disfrutar de lo necesario para llevar una vida digna.

En cada cosa, Jesús nos llama a confiar en la Providencia de Dios, con la cual Él proveerá. Oramos pidiendo nuestro pan de cada día, pero no podemos permitirnos a nosotros mismos dejarnos consumir por las preocupaciones materiales. Jesús dijo: “No se preocupen por su vida, por lo que van a comer o beber; ni por su cuerpo, por cómo se van a vestir”.

El pan que pedimos no es sólo el “pan” ordinario que necesitamos para mantener nuestro cuerpo.

Jesús nos dice en otra parte del Evangelio que nosotros no sólo vivimos de pan, sino también de toda Palabra que sale de la boca de Dios. Él nos dice que no hay que buscar el alimento que perece, sino el que perdura para la vida eterna.

Así, desde los primeros tiempos de la Iglesia, ésta ha entendido que “nuestro pan de cada día” se refiere también a la Eucaristía.

Jesús dio testimonio de que Él era el “pan de Dios” bajado del cielo para dar la vida al mundo. Así que en esta oración, le estamos pidiendo a Jesús que venga y que se entregue a nosotros en su Palabra y en el Santísimo Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. Oramos como aquellos primeros discípulos que le dijeron a Jesús: “Danos siempre de ese pan”.

De modo que esta semana, al empezar el Mes de María, tratemos de rezar el Rosario unos con otros.

Y al iniciar cada decena del Rosario con el Padre Nuestro, tengamos en cuenta que esta oración fue empleada por los Apóstoles y los Santos, por Jesús y tal vez incluso por su Madre.

Y pidámosle a Ella, a nuestra Santa Madre María, que nos ayude a orar como niños, sabiendo que nuestro Padre cuidará de nosotros, incluso por lo que respecta a nuestras más pequeñas necesidades

*La columna de opinión de Mons. José Gomez está disponible para ser utilizada gratuitamente en versión electrónica, impresa o verbal. Sólo es necesario citar la autoría (Mons. José Gomez) y el distribuidor (ACI Prensa)