Queridos hermanos MOns. José Gómez, nos enseña que tenemos la necesidad y de la sencillez de la oración, y les presenté dos de mis formas favoritas de oración: la lectio divina y la Oración de Jesús.
En estas próximas columnas, quiero hablar de la oración que Jesús nos, dio: el Padrenuestro.
Según el Evangelio de San Lucas, Jesús nos dio esta oración después de que sus discípulos se acercaron a Él y le pidieron: “Señor, enséñanos a orar”. Este es realmente un momento precioso dentro de los Evangelios. En todo tiempo, incluso en el nuestro, todavía podemos volvernos hacia Jesús y pedirle que nos enseñe a orar.
Jesús oraba. Los Evangelios nos dan un constante testimonio de ello. Oraba temprano por la mañana y tarde por la noche. Él oró antes de tomar decisiones, como cuando lo hizo antes de elegir a sus Apóstoles. Él oró antes de llevar a cabo sus obras de sanación y de perdón.
Él se retiraba a orar Él solo y se iba a la montaña para orar con sus discípulos. Oró en tiempos de alegría y cuando estaba en agonía. Él oró de rodillas y con el rostro en tierra. Elevó oraciones de acción de gracias, de petición y de alabanza.
Jesús es nuestro modelo de oración y nos muestra en qué consiste orar como hijo de Dios.
Me parece interesante el hecho de que en el Evangelio de San Mateo, Jesús nos haya dado la oración del Señor, hacia el final de su Sermón de la Montaña.
Este Sermón, que empieza con las Bienaventuranzas, nos presenta la imagen de lo que significa ser cristiano, y la manera en la que debemos vivir como hijos de Dios. Por lo tanto, es lógico que aquí Él nos enseñe a orar, porque la oración es el lenguaje de nuestra relación con nuestro Padre.
A la oración del Señor se le ha llamado la oración perfecta y el resumen de todo el Evangelio.
En cierto modo, podríamos decir que esta oración nos ofrece la “espiritualidad” de Jesús en oración. Cuando rezamos el Padre Nuestro, estamos orando como Jesús lo hizo; como hijos de Dios, con amor y confianza; con el deseo de ser obedientes y de ponernos al servicio de la voluntad de nuestro Padre.
Me maravilla el reflexionar acerca de que las palabras con las que rezamos actualmente fueron alguna vez pronunciadas por los labios de nuestro Señor, aunque obviamente Él las pronunció en su propio lenguaje.
Jesús nos da sus propias palabras para que podamos orar con ellas; pero nos da mucho más que eso. Él nos regala el don de su propia oración íntima con Dios. Cuando oramos con estas palabras, estamos orando con Jesús. Estamos orando junto a Él como sus hermanos y hermanas, compartiendo su propia oración personal de ofrenda de sí mismo al Padre.
Hemos de tener presente esto que cuando oramos. La Oración del Señor no es algo que debiéramos decir de forma automática o casual. Jesús nos invita a entrar en su propia oración. Tenemos que compartir su punto de vista, elevar nuestros ojos hacia el Padre, como Él lo hizo.
La primera palabra de la oración es “nuestro”. A pesar de que nuestra oración es personal, Jesús quiere que sepamos que nunca estamos solos cuando oramos. Él no es mi padre; es nuestro Padre. Nuestra oración nunca es solitaria.
Vamos con Jesús, pero no vamos solos siguiendo a Jesús. Creemos, sí, pero lo hacemos en compañía de otros que también creen con nosotros. Cuando oramos a nuestro Padre, estamos trayéndole no sólo nuestras necesidades y esperanzas individuales, sino también las necesidades y esperanzas de nuestros hermanos y hermanas.
Y oramos, no sólo por aquellos de nosotros que son católicos o cristianos; cuando oramos, oramos como representantes de toda la familia humana. La palabra “nuestro” dentro de esta oración incluye inclusive a los que todavía están lejos de Dios.
Oramos con el amor que Jesús mostraba por cada persona, y por todos aquellos por quienes Él entregó su vida en la Cruz. Oramos para que se haga la voluntad de Dios, y sabemos que Dios quiere que todos se salven y lleguen a conocer su misericordia y su amor.
Hay una frase en el Catecismo que debería llegarnos al corazón cuando oramos: “El amor de Dios no tiene límites, como tampoco los debe tener nuestra oración. Orar a ‘nuestro’ Padre nos abre las dimensiones de su amor, revelado en Cristo, que ora con y por todos los que todavía no lo conocen, para que Cristo pueda reunir en la unidad a todos los hijos de Dios’”.
Oremos, pues, unos por otros esta semana. Oremos por nuestros hermanos y hermanas de todas partes, y oremos también por la paz en éste nuestro mundo, tan lleno de problemas.
Y pidámosle a nuestra Santísima Madre María que nos enseñe a vivir realmente la oración que su Hijo nos enseñó a orar.