El misterio de la Iglesia será el tema del nuevo ciclo de catequesis del Papa Francisco durante la audiencia general de los miércoles.”Un misterio - ha dicho- que todos vivimos y del que formamos parte”. El Papa, que abordará este argumento a la luz de los textos del Concilio Vaticano II, ha elegido hoy hablar de la Iglesia como familia de Dios, partiendo de la parábola del hijo pródigo que ilustra cual es el proyecto de Dios para la humanidad.
Esta mañana, el Papa Francisco entró bajo la
lluvia, sin paraguas y en coche abierto, en la Plaza de San Pedro para saludar
a los miles de peregrinos que lo esperaban con el fin de asistir a su
catequesis de la audiencia general. Estas fueron las palabras del Papa:
"Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El miércoles pasado señalé el profundo vínculo entre el Espíritu Santo y la Iglesia. Hoy quisiera empezar una serie de catequesis sobre el misterio de la Iglesia, un misterio que todos vivimos y del que formamos parte. Me gustaría hacerlo con expresiones presentes en los textos del Concilio Ecuménico Vaticano II.
Hoy empiezo por la primera: la Iglesia como
familia de Dios. En estos meses, más de una vez he hecho referencia a la
parábola del hijo pródigo, o mejor dicho, del padre misericordioso (cf. Lc
15,11-32). El hijo más joven sale de la casa de su padre, dilapida todo y
decide volver porque se da cuenta de que cometió un error, pero ya no se
considera digno de ser hijo y piensa poder ser recibido de nuevo como un
siervo. El padre, en cambio, corre a su encuentro, lo abraza, le devuelve su
dignidad de hijo y celebra su regreso. Esta parábola, como otras en el
Evangelio, muestra bien el diseño de Dios para la humanidad.
¿Cuál es este proyecto de Dios? Es hacer de
todos nosotros una única familia de sus hijos, en los que cada uno se sienta
cerca y se sienta amado por Él, como en la parábola del Evangelio, sienta el
calor de ser la familia de Dios. En este gran proyecto encuentra su origen la
Iglesia, que no es una organización fundada por un acuerdo de algunas personas,
sino -como nos ha recordado tantas veces el Papa Benedicto XVI- es obra de
Dios, nace precisamente de este plan de amor que se desarrolla progresivamente
en la historia. La Iglesia nace de la voluntad de Dios de llamar a todos los
hombres a la comunión con Él, a su amistad, es más, a participar como sus hijos
en su misma vida divina.
La misma palabra "Iglesia", del
griego “ekklesia”, significa "convocación": Dios nos convoca, nos
invita a salir del individualismo, de la tendencia a encerrarse en sí mismos y
nos llama a ser parte de su familia. Y esta llamada tiene su origen en la
creación misma. Dios nos creó para que vivamos en una relación de profunda
amistad con Él, e incluso cuando el pecado rompe esta relación con Él, con los
demás y con la creación, Dios no nos abandona.
Toda la historia de la salvación es la historia
de Dios que busca al hombre, le ofrece su amor, lo acoge. Llamó a Abraham para
ser el padre de una multitud; eligió al pueblo de Israel para forjar una
alianza que abrazara a todas las naciones; y envió, en la plenitud de los
tiempos, a su Hijo para que su designio de amor y de salvación se realizara en
una nueva y eterna alianza con la humanidad entera. Cuando leemos los
Evangelios, vemos que Jesús reúne a su alrededor una pequeña comunidad que
acoge su palabra, lo sigue, comparte su camino, se convierte en su familia, y con
esta comunidad Él se prepara y edifica su Iglesia.
¿De dónde nace entonces la Iglesia? Nace del
gesto supremo de amor en la Cruz, del costado traspasado de Jesús, del que
fluyen sangre y agua, símbolos de los sacramentos de la Eucaristía y del Bautismo.
En la familia de Dios, en la Iglesia, la savia vital es el amor de Dios que se
realiza en amarle a Él y a los demás, a todos, sin distinción ni medida. La
Iglesia es una familia en la que se ama y se es amado.
¿Cuándo se manifiesta la Iglesia? Lo hemos
celebrado hace dos domingos: se manifiesta cuando el don del Espíritu Santo
llena el corazón de los Apóstoles y les empuja a salir y a empezar el camino
para anunciar el Evangelio, difundir el amor de Dios. Incluso hoy hay quien
dice: "Cristo sí, la Iglesia no". Aquellos que dicen: “Yo creo en
Dios pero no en los sacerdotes”, ¡eh! Se dice así: "Cristo sí, Iglesia
no". Pero es precisamente la Iglesia la que nos lleva a Cristo y nos
dirige a Dios: la Iglesia es la gran familia de los hijos de Dios. Por
supuesto, también tiene aspectos humanos. En los que forman parte de ella,
Pastores y fieles, hay defectos, imperfecciones, pecados: hasta el Papa los
tiene, ¡eh! y ¡tiene tantos! Pero lo hermoso es que cuando nos damos cuenta de
que somos pecadores... lo hermoso es esto: cuando nos damos cuenta de que somos
pecadores, nos encontramos con la misericordia de Dios: Dios siempre perdona.
No olvidemos esto: ¡Dios siempre perdona! Y Él nos recibe en su amor de perdón
y de misericordia. Algunas personas dicen: "Es hermoso, esto: que el
pecado es una ofensa a Dios, pero también una oportunidad; la humillación para
darse cuenta de que hay otra cosa más hermosa, que es la misericordia de
Dios". Pensemos en ello.
Preguntémonos hoy: ¿cuánto amo a la Iglesia?
¿Rezo por ella? ¿Me siento parte de la familia de la Iglesia? ¿Qué hago para
que sea una comunidad donde todos se sientan bienvenidos y comprendidos, para
que se sienta la misericordia y el amor de Dios que renueva su vida? La fe es
un don y un acto que nos afecta personalmente, pero Dios nos llama a vivir
juntos nuestra fe, como una familia, como Iglesia. Pidamos al Señor de una
manera especial en este Año de la fe, que nuestras comunidades, toda la
Iglesia, sean cada vez más verdaderas familias que viven y traen el calor de
Dios. Gracias>>. (Traducción de Eduardo Rubió-Radio Vaticana)