jueves, 16 de marzo de 2017

PALABRA DEL SEÑOR - REFLEXIÓN DEL PAPA FRANCISCO



Evangelio según San Lucas 16,19-31

La parábola del hombre rico y el pobre Lázaro: "En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiado de llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas. Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahám. Murió también el rico, y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de los tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abrahám y a Lázaro junto con él. Entonces gritó: "Padre Abrahám, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas". Pero Abrahám le contestó: "Hijo, recuerda que en vida recibiste bienes y Lázaro, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá. El rico insistió: "Te ruego, entonces, padre Abrahám, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ello en este lugar de tormentos". Abrahán le dijo: "Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen". Pero el rico replicó: "No, padre Abrahám. Si un muerto va a decírselo, se arrepentirán". Abrahám repuso: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto". Palabra del Señor.

Reflexión del Papa Francisco

"Nos gusta confiar en nosotros mismo, confiar en ese amigo o confiar en esa situación buena que tengo o en esa ideología, y en esos casos el Señor queda un poco de lado.
El hombre, actuando así, se cierra en sí mismo, sin horizontes, sin puertas abiertas, sin ventanas y entonces no tendrá salvación, no puede salvarse a sí mismo.
Esto es lo que le sucede al rico del Evangelio: tenía todo: llevaba vestidos de púrpura, comía todos los días, grandes banquetes. Estaba muy contento pero, no se daba cuenta de que en la puerta de su casa, cubierto de llagas, había un pobre. El Evangelio dice el nombre del pobre: se llamaba Lázaro. Mientras que el rico no tiene nombre.
Esta es la maldición más fuerte del que confía en sí mismo o en las fuerzas, en las posibilidades de los hombres y no en Dios: perder el nombre. ¿Cómo te llamas? Cuenta número tal, en el banco tal. ¿Cómo te llamas? Tantas propiedades, tantos palacios, tantas... ¿Cómo te llamas? Las cosas que tenemos, los ídolos. Y tú confías en eso, y este hombre está maldito.
Todos nosotros tenemos esta debilidad, esta fragilidad de poner nuestras esperanzas en nosotros mismos o en los amigos o en las posibilidades humanas solamente y nos olvidamos del Señor. Y esto nos lleva al camino de la infelicidad.
Hoy, nos hará bien preguntarnos: ¿dónde está mi confianza? ¿En el Señor o soy un pagano, que confía en las cosas, en los ídolos que yo he hecho? ¿Todavía tengo un nombre o he comenzado a perder el nombre y le llamo «Yo»? ¿Yo, me, conmigo, para mí, solamente yo? Para mí, para mí... siempre ese egoísmo: «yo». Esto no nos da la salvación. (Homilía en Santa Marta, 20 de marzo de 2014)