miércoles, 28 de agosto de 2013

San Agustín


Nació  en África romana. Su padre, llamado Patricio, era un pequeño propietario pagano cuando nació su hijo. Su madre, Santa Mónica, es puesta por la Iglesia como ejemplo de "mujer cristiana", de piedad y bondad probadas, madre abnegada y preocupada siempre por el bienestar de su familia, aún bajo las circunstancias más adversas. Mónica le enseñó a su hijo los principios básicos de la religión cristiana y al ver cómo el joven Agustín se separaba del camino del cristianismo se entregó a la oración constante en medio de un gran sufrimiento. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo "el hijo de las lágrimas de su madre".
San Agustín estaba dotado de una gran imaginación y de una extraordinaria inteligencia. Aunque se dejaba llevar ciegamente por las pasiones humanas y mundanas, y seguía abiertamente los impulsos de su espíritu sensual, no abandonó sus estudios, el propio Agustín hace una crítica muy dura y amarga de esta etapa de su juventud en sus Confesiones. La portancia de san Agustín entre los padres y doctores de la Iglesia es comparable a la de san Pablo entre los apóstoles. Como escritor, fue prolífico, convincente y un brillante estilista. Sus obras filosóficas y sus escritos siguen siendo de gran importancia en la Iglesia católica. Muchas de ellas reflejan su vida propia en donde narra su conversión, él dice :” Jesús es un hombre de palabra. Cada día, mas allá de toda espera, su última promesa se realiza realmente: "He aquí que estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del tiempo" (Mt. 28, 20).
 Convertido al cristianismo vendió todos sus bienes y el producto de la venta lo repartió entre los pobres. Se retiró con unos compañeros a vivir en una pequeña propiedad para hacer allí vida monacal.
     Fue víctima de lo que resultó ser una enfermedad mortal, y al cabo de tres meses de admirable paciencia y ferviente oración, muere un 28 de agosto

La historia del encuentro con un niño junto al mar

      Cierto día, San Agustín paseaba por la orilla del mar, dando vueltas en su cabeza a muchas de las doctrinas sobre la realidad de Dios, una de ellas la doctrina de la Trinidad. De pronto, al alzar la vista ve a un hermoso niño, que está jugando en la arena, a la orilla del mar. Le observa más de cerca y ve que el niño corre hacia el mar, llena el cubo de agua del mar, y vuelve donde estaba antes y vacía el agua en un hoyo. El niño hace esto una y otra vez, hasta que Agustín, sumido en una gran curiosidad, se acerca al niño y le pregunta: "¿Qué haces?" Y el niño le responde: "Estoy sacando toda el agua del mar y la voy a poner en este hoyo". Y San Agustín dice: "¡Pero, eso es imposible!". A lo que el niño le respondió: "Más difícil es que tu trates de entender el misterio de la Santísima Trinidad".