Nació en África romana. Su padre, llamado Patricio, era un pequeño
propietario pagano cuando nació su hijo. Su madre, Santa Mónica, es puesta
por la Iglesia como ejemplo de "mujer cristiana", de piedad y bondad
probadas, madre abnegada y preocupada siempre por el bienestar de su familia,
aún bajo las circunstancias más adversas. Mónica le enseñó a su hijo los
principios básicos de la religión cristiana y al ver cómo el joven Agustín se separaba del
camino del cristianismo se entregó a la oración constante en medio de un gran
sufrimiento. Años más tarde Agustín se llamará a sí mismo "el hijo de las
lágrimas de su madre".
San
Agustín estaba dotado de una gran imaginación y de una extraordinaria
inteligencia. Aunque se dejaba llevar ciegamente por las pasiones humanas y
mundanas, y seguía abiertamente los impulsos de su espíritu sensual, no
abandonó sus estudios, el propio Agustín hace una crítica muy dura y amarga de
esta etapa de su juventud en sus Confesiones. La portancia de san Agustín entre los padres
y doctores de la Iglesia es comparable a la de san Pablo entre los apóstoles.
Como escritor, fue prolífico, convincente y un brillante estilista. Sus obras
filosóficas y sus escritos siguen siendo de gran importancia en la Iglesia
católica. Muchas de ellas reflejan su vida propia en donde narra su conversión,
él dice :” Jesús es un hombre de
palabra. Cada día, mas allá de toda espera, su última promesa se realiza
realmente: "He aquí que estoy con vosotros todos los días, hasta el fin
del tiempo" (Mt. 28, 20).
Convertido al cristianismo vendió todos sus
bienes y el producto de la venta lo repartió entre los pobres. Se retiró con
unos compañeros a vivir en una pequeña propiedad para hacer allí vida monacal.
Fue víctima de lo que resultó ser una
enfermedad mortal, y al cabo de tres meses de admirable paciencia y ferviente
oración, muere un 28 de agosto
La historia del encuentro con un niño junto al mar
Cierto día, San Agustín paseaba por la
orilla del mar, dando vueltas en su cabeza a muchas de las doctrinas sobre la
realidad de Dios, una de ellas la doctrina de la Trinidad. De pronto, al alzar
la vista ve a un hermoso niño, que está jugando en la arena, a la orilla del
mar. Le observa más de cerca y ve que el niño corre hacia el mar, llena el cubo
de agua del mar, y vuelve donde estaba antes y vacía el agua en un hoyo. El
niño hace esto una y otra vez, hasta que Agustín, sumido en una gran
curiosidad, se acerca al niño y le pregunta: "¿Qué haces?" Y el niño le
responde: "Estoy sacando toda el agua del mar y la voy a poner en este
hoyo". Y San Agustín dice: "¡Pero, eso es imposible!". A lo que
el niño le respondió: "Más difícil es que tu trates de entender el
misterio de la Santísima Trinidad".