Por: P.
Clemente Sobrado, C. P.
Pasionista
Todos tenemos nuestro propio Vía
Crucis que andar. Todos tenemos nuestro
camino personal de seguir a Jesús. Es un
mismo camino y es también un camino diferente para todos, porque cada uno
estamos llamados a seguirle desde nuestra propia
realidad.
Nos da miedo el Vía Crucis, porque
todos tenemos miedo al dolor. Todos
sentimos nuestros rechazos a la Cruz.
Sin embargo, el camino de la Cruz, más que un camino de dolor y
sufrimiento debiera ser un camino de esperanza.
La Cruz de Jesús no es la Cruz que invita a la muerte sino la Cruz que
invita a la vida. Es el camino de lo
nuevo. Juan Pablo II llama a la Cruz “la
cuna del cristiano”. Y las cunas, más
que de muerte hablan de vida, de futuro, de
esperanzas.
Nadie como el que sufre comprende la
realidad del camino de la Cruz, porque nadie como él sabe cuanto pesa el madero
del dolor y de la enfermedad. Nadie como
él vive colgado de la esperanza de que esto termine. Pero también nadie como el enfermo sabe
comprender la realidad de Jesús camino del Calvario. Mientras los sanos miramos, desde la acera, a
Jesús caminando bajo la Cruz, el enfermo lo ve desde su propia
experiencia.
El Vía Crucis que ofrecemos a nuestros
enfermos no quiere ser una llamada a la pasividad frente al dolor. No quiere ser una resignación sin
esperanza. Al contrario, quiere llevar
un poco de luz, allí donde el sufrimiento ha cubierto con sombras su vida. Este Vía Crucis quiere ayudar al enfermo a
poner luz donde hay oscuridad, a poner esperanza donde el cansancio de la
enfermedad invita a la desesperanza. Y
sobre todo, quiere ser una invitación a sufrir, no en la soledad, sino en
compañía de Jesús. Jesús se hace enfermo
con el enfermo y el enfermo se siente identificado con
Jesús.
Querido enfermo, no soy yo quien debo
darte consejos en tu enfermedad. Pero si
puedo poner en tu camino a Alguien que si sabe mucho de dolores y es capaz de
comprenderte mejor que nadie:
Jesús crucificado. No te
fijes tanto en sus dolores, fijate más bien en cuánto
amor y cuánta vida brotan de ese dolor. La Pasión de Jesús, como decía San Pablo de
la Cruz, es un “mar de dolor”, pero inmediatamente, en ese mar de dolor él veía
“un mar infinito de amor”. La Pasión
como la revelación del amor de Dios al hombre.
Querido amigo enfermo: No te digo que
hagas este Vía Crucis, tú ya lo estás recorriendo. Sólo te pido que lo vivas y como Jesús
reveles en tu enfermedad el amor de Dios a los
hombres.
Primera
Estación
Jesús
condenado a muerte
“El Hijo del
hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes
y los escribas, y ser condenado a muerte y resucitar, al tercer día”. (Lc 9, 22)
Señor: Nos parecemos. Recién me doy cuenta de que en algo somos
iguales tú y yo. Tú condenado a
muerte. Yo condenado a vivir con esta
enfermedad en mi cuerpo, que también me duele en el alma. Los dos corremos la misma suerte y andamos el
mismo camino.
Desde que te veo a ti condenado a
muerte, ya no me atrevo a preguntarle más a Dios sobre el porqué de mi
enfermedad.
Yo me creía bueno, y por tanto con
derecho a una buena salud. Pero al verte
a ti, inocente, condenado a la muerte, ¿qué derechos me asisten a mí para
quejarme de mi dolor?
Quiero compartir junto contigo la
misma suerte y también la misma misión.
Señor, te pido que me des la capacidad
de decir sí a mis sufrimientos, como tú dijiste sí a tu condena a
muerte.
Segunda
Estación
Jesús
carga con la Cruz
“Y con todo
eran nuestras dolencias las que él llevó y nuestros dolores los que
soportó. Nosotros le tuvimos por
azotado, herido de Dios y humillado. El
ha sido herido por nuestros pecados, molido por nuestras
culpas”.
(Is 53,
4-5)
También aquí nos parecemos tú y yo,
Señor. Tú llevas la Cruz sobre tus
espaldas. Yo pongo mis espaldas sobre
esta mi cruz. Tú llevas la Cruz. A mí me lleva mi cruz. Y los dos caminantes por la vida pegados a la
cruz.
A veces quisiera desapegarme de ella,
tirarla lejos, no volver a verla más.
Pero cuanto más la rechazo más me duele. Pienso que la única manera de hacerla menos
pesada es quererla, abrazarla, convertirla en mi propio
camino.
Estoy convencido que el dolor no se
vence dándole de patadas, sino luchando por superarlo, y si no se puede,
aceptarlo como tú lo aceptaste.
Señor, te pido que me des la gracia de
ser más fuerte que la cruz que llevo en mi cuerpo de
enfermo.
Tercera
Estación
Jesús
cae por primera vez bajo la Cruz
“Fue oprimido y
él se humilló y no abrió la boca. Como
un cordero al deguello fue llevado, y como oveja ante
los que la trasquilan está muda, tampoco abrió la boca”. (Is 53,
7)
Señor, pensaba que solamente yo era
débil. No siento alegría por tu
debilidad. Pero sí siento la alegría
espiritual de verte a ti tan parecido a mí.
Tampoco tú quisiste aparentar ser un
forzudo a quien la Cruz no le duele. Veo
que también tu eres tan humano como nosotros. La verdadera fortaleza ante el dolor es no
dejarse aplastar por él sino ser capaz de cargar con
él.
Cuando sienta que el desaliento, el
cansancio y el aburrimiento o la impotencia quieran adueñarse de mí, tu caída
bajo la Cruz será para mí un aliento para luchar y salir de mi
depresión.
Señor, quiero pedirte por todos mis
hermanos enfermos, por todos aquellos que como yo se cansan de su enfermedad,
para que encuentren en ti una palabra de aliento.
Cuarta
Estación
Jesús
se encuentra con su Madre
“Y a ti misma
una espada te atravesará el alma”.
(Lc 2, 35)
Señor, a veces uno no sufre tanto por
el hecho mismo de sufrir, sino porque se siente estorbo y fastidio que hace
sufrir a los demás. Yo creía que eso
sólo me pasaba a mí. Ahora veo que esa
fue también tu historia.
No sólo sufrías tú, cargado con tu Cruz, sino
que eras ocasión de dolor para el corazón de tu Madre. Tu dolor, de alguna manera también hería y
santificaba el corazón de la Madre.
Pareciera que esto me alivia un
poco. Yo no quiero sentirme un estorbo.
Prefiero pensar que en mis sufrimientos,
también los demás encuentran su propio camino de gracia. Si yo me parezco a ti en mi dolor, quiero que
los demás se vean a sí mismos como los representantes de tu
Madre.
Señor, te pido por aquellos que me
cuidan y atienden. Que en mis
sufrimientos encuentren ellos el camino que los lleva a
ti.
Quinta
Estación
El
Cireneo ayuda a Jesús a llevar la Cruz
“Cuando lo
llevaban, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le
cargaron la Cruz para que la llevara detrás de Jesús”.
(Lc 23, 36)
Un hombre cansado, ayudando a llevar
la Cruz a otro más débil aún. El camino
de la vida no es competencia de fuertes, sino solidaridad de los débiles. Ahora veo claro que el camino de la vida no
es competencia de poderes, sin comunión en las
debilidades.
Es maravilloso descubrir que los
débiles, los que nos consideramos ya inútiles, también servimos para
algo.
También los enfermos podemos ser una
ayuda para otros que como nosotros llevan una vida de sufrimiento y nos
necesitan. También los enfermos podemos
ser apoyo para los sanos.
Señor, ¿cómo podría yo hoy prestar mi
ayuda a otros tan débiles como yo? Que
hoy pueda sonreír a los demás, para hacerles más llevadera su
carga.
Sexta
Estación
La
Verónica limpia el rostro de Jesús
“Nosotros los
fuertes debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles y no buscar nuestro
propio agrado”. (Rom 15, 1)
A veces, las cosas sencillas tienen un
gran valor. La Verónica limpió tu rostro
sucio por la sangre y el polvo. Cuántas
veces la gente que me atiende viene y lava mi rostro, me quita el sudor. Casi nada.
Y sin embargo siento que mi cara queda más fresca, y como que la fiebre
se aligera.
Tú dejaste estampado tu rostro en
aquella tela con que la caridad de una mujer limpiaba tu cara. Yo quisiera que cuantos vengan a hacerme
algún servicio regresen con más paz en su corazón y con más alegría en el
alma.
Que cuantos me visitan, al irse,
lleven en su corazón el don de mi sonrisa agradecida y un poco más de paz en su
espíritu.
Señor: que cuantos sirven a los
enfermos te reconozcan a ti en nuestros
sufrimientos.
Séptima
Estación
Jesús
cae por segunda vez bajo la Cruz
“Atribulados en
todo, mas no aplastados; perplejos, más no aniquilados. Llevamos siempre en nuestros cuerpos por
todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se
manifieste en nuestro cuerpo”.
(2 Cor 4, 8-10)
Señor el camino se hace largo y las
fuerzas son cada vez más débiles. El
tiempo para el que sufre es un sufrimiento más.
Uno se va cansando de todo. El
cuerpo ya no da para más. Todas las
posturas son incómodas. La Cruz nos
parece cada vez más dura.
Tú besas por segunda vez el polvo del
camino. Y yo una vez más siento que algo
me grita dentro:
¡hasta cuándo voy a estar así!
Comienzo a perder la fe en las medicinas y en los médicos y hasta siento una rebeldía contra Dios.
Señor, te admiro porque tú no
protestas contra los que te cargan la
Cruz ni tampoco contra tu debilidad. Que
yo no proteste contra mis sufrimientos, ni contra los que me atienden. Y sobre todo, que no proteste contra
ti.
Octava
Estación
Jesús
consuela a las piadosas mujeres
“Le seguía una
multitud de pueblo y de mujeres, que se dolían y se lamentaban por él”. (Lc 23,
27-32)
Señor, eres
maravilloso, incluso cargado con la Cruz. Eres capaz de olvidarte de ti, olvidarte del
peso de la Cruz, olvidarte de tus flaquezas y debilidades, para preocuparte de
los demás.
¿Crees que es el momento de pensar en
esas mujeres que se quedan a la vera del camino? ¿Crees que es el momento de consolar a los
que sufren a tu lado?
Una de mis grandes tentaciones, es
utilizar mi dolor para que todo el mundo se preocupe de mí, piense en mí, esté a
mi servicio. Es la tentación del
egoísmo. Es la tentación de convertir mi
dolor en mi carta de derechos frente a los demás. Yo sé que mi único derecho es ayudar y servir
a los demás.
Señor, dame la gracia de no caer en la
tentación del egoísmo de utilizar a los demás a mi servicio. Dame la gracia de olvidarme de mí y
preocuparme de los demás.
Novena
Estación
Jesús
cae por tercera vez bajo la Cruz
“Pues llevamos
este tesoro en vasos de barro para que aparezca que la extraordinaria grandeza
del poder es de Dios y que no viene de nosotros”.
(2 Cor 4, 7)
Señor, muchas veces siento rabia
conmigo mismo, porque me siento dependiente de todos. Los necesito para todo. Y eso me hace sentir muy mal. Sé que en el fondo es mi orgullo que me grita
dentro porque no quiero aceptar mis limitaciones de
enfermo.
Y ahora te veo a ti, caído en tierra,
una vez más. Una vez más tienen que
ayudarte a levantarte, a ponerte en pie.
Una vez más, necesitas de los otros para poder andar tu camino. Una vez más necesitas de la mano y la fuerza
de los otros para no quedarte en el camino.
Y no protestas ni gritas contra tu impotencia y flaqueza. Al contrario, agradeces la mano que se
tiende.
Señor, que sepa aceptar con cariño,
con amor los servicios que con tanta generosidad me brindan los míos. Que sienta más su amor que mi propia
necesidad.
Décima
Estación
Jesús
es despojado de sus vestidos
“Ni ofrezcáis
vuestros miembros como armas de injusticia al servicio del pecado; sino mas bien
ofreceos vosotros mismos a Dios como muertos retornados a la vida, y vuestros
miembros, como armas de justicia al servicio de Dios”. (Rom 6,
13-14)
¡Despojado de todo! Despojado de tus derechos. Despojado de tu inocencia. Despojado de tu vida. Y ahora, despojado hasta de los trapos
polvorientos que cubren tu cuerpo. A la
muerte no se lleva nada. Para morir todo
estorba. Estorban las fuerzas. Estorba el poder. Estorba la riqueza. Hasta los trapos
estorban.
Cada día que se prolonga esta mi
enfermedad tú, Señor, me vas despojando de todo. Ya no mando en mi casa. Otros administran lo mío por mí. Ya no tomo las decisiones, otros las toman
por mí. Cada día me van sobrando más las
cosas de que disponía.
Señor, que mis sufrimientos que no me
dejan, me vayan despojando de mí mismo, de mis orgullos, de mis pecados, de mis
rebeldías, para que cada día esté más dispuesto a lo que tú quieras de
mí.
Undécima
Estación
Jesús
clavado en la Cruz
“Con Cristo
estoy crucificado y, vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en
mí”. (Gál 2,
20)
Señor, ya no eres tú quien lleva la
Cruz. Ahora te han clavado a ella. Irás a donde te lleve tu Cruz. Clavadas las manos, que ya no pueden
extenderse a otras manos para estrecharlas.
Clavados los pies, que ya no pueden caminar a ninguna parte. Unos clavos y unos maderos son los únicos
dueños de tu cuerpo y de tu vida. ¡Qué
poca cosa basta para crucificarnos!
Ya no sé cuánto tiempo llevo clavado
en esta cama. Ya he olvidado el tiempo
que llevo clavado a esta silla de ruedas.
Mis manos ya no tienen fuerza para nada.
Y mis pies casi ya no me sirven de nada.
Ya no voy a ninguna parte por mí mismo sino que me llevan. Todo me lo tienen que hacer los demás. Total que estoy crucificado como
tú.
Señor, gracias porque esta cama no se
queja y me aguanta tanto tiempo. Gracias
por esta silla de ruedas que es la que camina por mí y no se queja. Tú crucificado en mí y yo crucificado
contigo.
Duodécima
Estación
Jesús
muere en la Cruz
“O es que
ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su
muerte? … Porque si nos hemos hecho una misma cosa con
él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección
semejante”. (Rom 6, 3-5)
Señor, llegaste al final del
camino. Un final inesperado y que no te
corresponde. Tú te merecías otra
muerte. No la de un crucificado. Y sin embargo, es tu única muerte. La muerte por fidelidad al Padre. La muerte por fidelidad al Reino. La muerte por fidelidad a la causa del
hombre.
Yo no sé si esta mi enfermedad será de
muerte. A uno nunca le dicen la
verdad. Prefieren tenerle a uno
engañado. ¿Engañado de qué? ¿Engañarle a uno para que muera sin
enterarse? Quiero parecerme a ti también
en el morir. Si ha llegado mi hora, que
se haga la voluntad del Padre. ¿Qué más
da morir de esta o aquella enfermedad?
Lo único que te pido, Señor, es que
también mi muerte sea signo de fidelidad a mi fe bautismal, signo de mi
fidelidad a la Iglesia.
Décimotercera
Estación
Jesús
bajado de la Cruz a los brazos de su Madre
“Hijo, ¿porqué
nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo,
angustiados, te andábamos buscando. Y El
les dijo: ¿Y
por que me buscábais?
¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?”. (Lc 2,
48-49)
Señor, a la hora de tu muerte no
estabas solo. Allí estuvo ella. Tu Madre.
Ella te recibió en sus entrañas de virgen por obra del Espíritu Santo, en
la encarnación. Y ella te recibe ahora
en sus brazos, bajado muerto de la Cruz.
Es tan bello que alguien nos ame hasta darnos la vida… Y es tan bello que alguien nos ame hasta
recibir nuestros despojos de muertos en sus brazos
calientes de Madre…
Que cuando yo muera, Señor, tenga la
dicha de morrir en brazos de mi Madre María y de esta
otra mi Madre que es la Iglesia. Quiero
que también entonces mi Madre la Iglesia que me concibió en su seno por el
Bautismo, ahora me arrope con su fe, su amor y su
esperanza.
Señor, a la hora de mi muerte que mi
último suspiro sea un acto de fe en ti, un acto de fe en mi Madre la
Iglesia.
Décimocuarta
Estación
Jesús
puesto en el Santo Sepulcro
“Y si hemos
muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo,
una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más,
… su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su vida,
es un vivir para Dios”. (Rom 6, 8-11)
Ahora recuerdo lo que tú mismo dijiste
un día: “Si el
grano de trigo no cae en tierra y muere queda solo y no da fruto, pero si muere
dará mucho fruto”. Tú eres ese grano
sepultado en la tierra. Un grano que ya
está brotando en nueva vida. El domingo
por la mañana, cuando las piadosas mujeres vayan a tu sepulcro, ya habrás
brotado. La muerte se habrá hecho vida y
el crucificado habrá resucitado.
Me cuesta morir. Me cuesta ser grano, porque aún estoy
creyendo que esta vida que vivo es la única y verdadera vida. Pero quiero pedirte que me hagas tú mismo,
grano que muere, para que sea grano que brota y vive la nueva vida de resucitado
contigo.
Señor, que mi esperanza sea más fuerte
que mis miedos. Que mi deseo de
resurrección sea más grande que mis miedos a morir.
Décimoquinta
Estación
Resucitó. El que había muerto está
vivo.
“Mujer, ¿por
qué lloras? ¿a
quién buscas?” (Jn 20, 15)
Señor, hoy siento una alegría muy grande. Muchas veces me encierro en mi dolor, me
lleno de preguntas. Me ahogo yo mismo
encerrándome en mí mismo. Los que
sufrimos tenemos ese peligro. Meternos
en nuestro sufrimiento y ahí dentro, como que nos intoxicamos de nosotros
mismos.
Ahora que te contemplo a ti
resucitado, pienso que el dolor y el sufrimiento no pueden ser lo definitivo en
mi vida. Sé que más allá del dolor
humano está la vida. Mi dolor es mi
Viernes Santo. Pero el Viernes Santo no
es lo definitivo. El Viernes Santo no es
sino el camino de paso a la alegría y la felicidad del domingo de
Pascua.
Me quiero buscar a mí mismo llorando
sobre mis sufrimientos. Y las lágrimas
me resultan un estorbo para poder ver claro.
Las lágrimas pueden ser un desahogo, pero dificultan la visión. Hoy prefiero tener ojos de Pascua. Prefiero los ojos de la alegría. Ya sé que la alegría no suprimirá mi dolor y
mi sufrimiento. Pero sí me ayudarán a
llevarlo mejor.
La Pascua, Señor Jesús, es lo
nuestro. Lo tuyo y lo mío. La Pascua es el día de los que sabemos de
dolor, de oscuridad y de sufrimiento.
Porque la Pascua es como la mañana de los que sufrimos. La Pascua es la esperanza de los que ya no
tenemos esperanza. La Pascua es el día
de los que han sabido ser más grandes que su
sufrimiento.
Por eso, Señor, ya no quiero andar
buscándote más en mis dolencias. Quiero
buscarte allí donde la vida es el triunfo sobre todo lo que habla de
muerte. Señor, Tú eres mi Pascua. Por eso, Tú eres mi
esperanza.
Señor, que mi esperanza sea más grande
que mi Viernes Santo. Señor, que mi esperanza me haga vivir anticipadamente la
mañana gozosa de tu Pascua que quiero sea también Pascua
mía.
Oración
Señor, Jesús, caminando contigo el
mismo camino del sufrimiento, uno se siente más aliviado. El dolor sigue siendo el mismo. Pero tu presencia lo hace más llevadero. Al teminar mi Via Crucis, yo sigo clavado en mi cruz de la enfermedad,
pero siento que me duele menos. Porque
tu presencia y tu compañía ponen luz y esperanza en mi camino. Sé que tú no me descolgarás de mi cruz, como
tampoco tú quisiste bajar de la tuya.
Pero ya es bastante saber que mi dolor no te es ajeno sino que tú mismo
has querido compartirlo. Te pido, Señor,
que así como tú compartes mi dolor me enseñes a compartir tu esperanza
pascual. Juntos los dos por el mismo
camino de la Cruz, pero juntos también los dos camino de la pascua. Tú que vives y reinas por los siglos de los
siglos.
Día Penitencial
El Diccionario Católico nos dice:
Viernes: Día penitencial en recuerdo de la muerte de Jesucristo; en estos días, salvo que coincidan con una solemnidad, los bautizados con uso de la razón deben guardar abstinencia de carne o hacer algún gesto penitencial según lo determine la Conferencia Episcopal del país.
Vía Crucis: (en latín, el camino de la cruz) Ejercicio piadoso que consiste en meditar el camino de la cruz por medio de lecturas bíblicas y oraciones. Esta meditación se divide en 14 0 15 estaciones. San Leopoldo de Porto Mauricio dio origen a esta devoción en el siglo XVI en el Coliseo de Roma, pensando en los cristianos que se veían imposibilitados de peregrinar a Tierra Santa para visitar los santos lugares de la pasión y muerte de Jesucristo. Tiene un carácter penitencial y suele rezarse los días viernes, sobre todo en Cuaresma.
El Derecho Canónico nos dice:
Te invitamos a visitar nuestra publicación sobre Ayuno y Abstinencia, haciendo clic en el siguiente enlace
http://vicariasanmartindeporres.blogspot.com.ar/2013/02/ayuno-y-abstinencia-en-que-consisten_13.html