Nació
en Palestina, en Flavia Neápolis, la antigua Siquem, hacia el año 100. De
padres paganos y origen romano, pronto inició su itinerario intelectual
frecuentando las escuelas estoica, aristotélica, pitagórica y platónica. La
búsqueda de la verdad y el heroísmo de los mártires cristianos provocaron su
conversión al cristianismo. Desde ese momento, permaneciendo siempre laico,
puso sus conocimientos filosóficos al servicio de la fe.
De
sus variados escritos, sólo conservamos dos Apologías, escritas en defensa de
los cristianos, dirigidas al emperador Antonino Pío; y una obra titulada
Diálogo con el judío Trifón, donde defiende la fe cristiana de los ataques del
judaísmo. En esta obra relata autobiográficamente su conversión. En las
Apologías, admira en su exposición el profundo conocimiento de la religión y
mitología paganas—que se propone refutar—y de las doctrinas filosóficas más en
boga; cómo intenta utilizar cuanto de aprovechable encuentra en el bagaje
cultural del paganismo; su valentía para anunciar a Cristo—sabiendo que se
jugaba la vida—y su capacidad de ofrecer los argumentos racionales más
adecuados a la mentalidad de sus oyentes. Conociendo que la Verdad es sólo una
y que reside en plenitud en el Verbo, San Justino sabe descubrir y aprovechar
los rastros de verdad que se encuentran en los más grandes filósofos, poetas e
historiadores de la antigüedad; llega a afirmar en su segunda apología que
cuanto de bueno está dicho en todos ellos nos pertenece a nosotros los
cristianos.
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San Justino, mártir, es el Padre apologista griego más importante del siglo II
y una de las personalidades más nobles de la literatura cristiana primitiva.
Llegó
a Roma durante el reinado de Marco Aurelio (138-161) y allí fundó una escuela,
la primera de filosofía cristiana. Según su discípulo Taciano, a causa de las
maquinaciones del filósofo cínico Crescente, tuvo que comparecer ante el
Prefecto de la Urbe y, por el solo delito de confesar su fe, fue condenado con
otros seis compañeros a muerte, probablemente en el año 165.