viernes, 4 de enero de 2013

SAN BASILIO MAGNO Y SAN GREGORIO DE NACIANZO: OBISPOS Y DOCTORES DE LA IGLESIA


 

Basilio, obispo de Cesárea de Capadocia (hoy en Turquía), apellidado “Magno” por su doctrina y sabiduría, enseñó a los monjes la meditación de la Escritura, el trabajo en la obediencia y la caridad fraterna, ordenando su vida según las reglas que él mismo redactó. Con sus escritos educó a los fieles y brilló por su trabajo pastoral en favor de los pobres y de los enfermos.

 Gregorio, amigo suyo, fue obispo de Nacianzo. Defendió con vehemencia la divinidad del Verbo, mereciendo por ello ser llamado “Teólogo”. La Iglesia se alegra de celebrar conjuntamente la memoria de tan grandes doctores.

San Basilio y San Gregorio fueron compañeros de estudio en Atenas y se convirtieron en amigos inseparables. Tan pronto como Basilio aprendió todo lo que sus maestros podían enseñarle, regresó a Cesárea. Ahí pasó algunos años en la enseñanza de la retórica y, por consejos de su hermana mayor, recibió el bautismo y tomó la determinación de servir a Dios dentro de la pobreza evangélica, por lo que se estableció en un paraje para vivir en retiro solitario, entregado a la plegaria y el estudio. No tardaron en agruparse en torno suyo varios discípulos y formó el primer monasterio que hubo en el Asia Menor.

Tiempo después, San Gregorio sacó a Basilio de su retiro para que le ayudase en la defensa de la fe del clero y de las Iglesias, y se quedó en Cesárea como el primer auxiliar del arzobispo hasta que fue elegido para ocupar la sede arzobispal; mientras el santo defendía así a la iglesia de Cesárea de los ataques contra su fe y su jurisdicción, no dejaba de mostrar su celo acostumbrado en el cumplimiento de sus deberes pastorales. San Basilio murió a la edad de cuarenta y nueve años, agotado por la austeridad en que había vivido, el trabajo incansable y una penosa enfermedad. Toda Cesárea quedó enlutada y sus habitantes lo lloraron como a un padre y a un protector; los paganos, judíos y cristianos se unieron en el duelo.

San Gregorio, mientras participaba en el segundo concilio ecuménico, el año 381,  fue elegido obispo de Constantinopla y asumió la presidencia del Concilio. Pero inmediatamente se desencadenó una fuerte oposición contra él; la situación se hizo insostenible: "Nosotros, que tanto amábamos a Dios y a Cristo, hemos dividido a Cristo. Hemos mentido los unos a los otros por causa de la Verdad; hemos alimentado sentimientos de odio por causa del Amor; nos hemos dividido unos de otros"

Volvió a Nacianzo y durante cerca de dos años se dedicó al cuidado pastoral de aquella comunidad cristiana. Luego se retiró definitivamente a la soledad cerca de su tierra natal, consagrándose al estudio y a la vida ascética. Durante este período compuso la mayor parte de su obra poética, sobre todo autobiográfica.