lunes, 13 de junio de 2016

San Antonio y la mula


Involucra a San Antonio de Padua que fue uno de los Santos más fervorosos amantes de Jesús Sacramentado. Y Jesús le recompensó este afecto eucarístico valiéndose de él para comprobar con un gran milagro el dogma de su presencia real en el Sacramento del Altar.

LOS HEREJES PATARINOS

Los herejes patarinos (así se denominaba a los cátaros en el norte de Italia) habían, entre otros, desfigurado completamente el dogma de la presencia real, reduciendo la Eucaristía a una simple cena conmemorativa. Con esto herían a la Iglesia en lo que le era más vital, ya que la Eucaristía es precisamente el centro del corazón de la Iglesia, y de este Sagrado Corazón le fluye la sangre y la vida, se irradia la luz de la verdad, la llama del amor y se derivan todas las gracias.

Rímini, situada junto al Adriático, entre los ríos Marechia y Ansa, era una de las ciudades principales de Italia donde los mencionados herejes se habían hecho más fuertes. Allí fue a predicar San Antonio de Padua e ilustró tan plenamente la realidad de la presencia de Jesús en la Hostia Santa, que aquellos herejes se hubieran convertido con sólo la predicación del Santo de no haberlo impedido algunos jefes de aquella secta.

EL DESAFÍO DE UN MILAGRO QUE DEMUESTRE LA REAL PRESENCIA

En el año 1227, Bonvillo, que por su posición social, formación y elocuencia gozaba de gran prestigio entre ellos, levantando al aire el grito de protesta, dijo a San Antonio: – No queremos razones, queremos pruebas. Solamente creeremos que Jesucristo está real y verdaderamente presente en la hostia que tú dices santa si con un milagro lo pruebas.

– ¿Un milagro pides para creer? — contestó San Antonio —. Pues conforme. Elige el milagro que tú quieras.

– Mira — repuso Bonvillo —, yo tengo en casa una mula. La tendré tres días continuos sin comer ni beber. El tercer día nos juntaremos en la plaza: tú, con la eucaristía que dices está Cristo, y yo, con la mula y una ración de cebada. Si la mula, hambrienta, al presentarle la cebada deja el pienso y adora la eucaristía, entonces creeremos y nos convertiremos a vuestra fe.

– Acepto tu propuesta — contestó San Antonio de Padua, plenamente confiado en que Dios obraría el milagro pedido para hacer triunfar su Causa.

LA PREPARACIÓN

Talmente como si fuese un reguero de pólvora corrió la noticia de lo convenido entre Bonvillo y Antonio de Padua. Este se retiró inmediatamente a hacer penitencia y oración, para más obligar a Dios a realizar el milagro que los herejes pedían como condición para creer en la presencia real de Jesús en la Eucaristía. Aquél corrió a someter a su mula a riguroso ayuno.
Llegó el tercer día. La plaza la llenaba una multitud de gente sobre toda ponderación. Bonvillo entró en ella entre los gritos aclamadores de sus correligionarios, llevando a su mula ayuna de tres días y una ración de cebada. Antonio hizo su entrada acompañarlo de algunos religiosos y católicos, humilde, modesto, y llevando con reverencia y fervor en sus manos la custodia con la Eucaristía.
EL MILAGRO EUCARÍSTICO DE RÍMINI
Antonio y Bonvillo se acercan y se ponen frente a frente. Cesa el vocerío y se hace un silencio sepulcral. Todos los ojos están clavados en la custodia y en la mula

A una señal convenida, Bonvillo presenta la ración de cebada a la mula Entonces, San Antonio, rompiendo el silencio, y dirigiéndose al hambriento animal, le dice: – En el nombre del Señor, a quien yo tengo en mis manos, te mando que vengas a hacer reverencia a tu Creador, para que todos entiendan la verdad de este altísimo Sacramento y sepan que hasta las criaturas irracionales están sujetas a su Criador.

¡Cosa admirable! La mula olfatea el cesto del tan apetecido pienso, y, en vez de probar la cebada, se vuelve de repente hacia la parte de San Antonio, dobla las rodillas delanteras e inclina la cabeza en señal de adoración a la Eucaristía, en la que está su Creador.

Una verdadera tempestad de vítores y aplausos se levantó en medio de aquella plaza, mientras Bonvillo, los demás herejes y todos los concurrentes, cayeron de rodillas y adoraron con fe y con amor a Jesús Sacramentado.

Este milagro fue verdaderamente el golpe dado a la herejía por nuestro Santo. Para perpetuar su memoria, en 1518, se erigió un templete de forma octogonal, que aún se conserva, en la plaza donde tuvo lugar el suceso, llamada plaza del Mulo.

Fuente: https://www.facebook.com/PadreGuillermoSerraLC/posts/1293100904041356:0