«Mi Carne es verdadera comida, y Mi Sangre
verdadera bebida; el que come Mi Carne, y bebe Mi Sangre, en Mí mora, y Yo en
él.»
(Jn 6, 56-57)
"...La
Sangre de Cristo nos ha redimido… ¡Cuánta sangre se ha derramado injustamente en
el mundo! ¡Cuánta violencia, cuánto desprecio por la vida humana!
Esta
humanidad, a menudo herida por el odio y la violencia, necesita experimentar,
hoy más que nunca, la eficacia de la Sangre Redentora de Cristo. La Sangre que
no fue derramada en vano, sino que contiene en Sí toda la fuerza del Amor de
Dios y es prenda de esperanza, de rescate y de reconciliación. Pero, para sacar
de esta fuente, es necesario volver a la Cruz de Cristo, fijar la mirada en el
Hijo de Dios, en su Corazón traspasado, en su Sangre derramada..."
-Juan
Pablo II-
La sangre de Cristo como medio de expiación por
el pecado, tiene su origen en la Ley Mosaica (Antiguo Testamento). Una vez al
año, el sacerdote debía hacer una ofrenda de la sangre de animales sobre el
altar del templo por los pecados del pueblo. Pero el sacrificio de Jesús
ofrecido en la cruz fue hecho una vez y ya no hubo necesidad de la sangre de
toros y machos cabríos.
La sangre de Cristo no solo
redime a los creyentes del pecado y el castigo eterno, sino que “Su sangre
purificará nuestra conciencia de obras muertas para servir al Dios vivo”
(Hebreos 9:14). Esto significa que no solo somos ahora libres de ofrecer
sacrificios, los cuales son “inútiles” para obtener la salvación, sino que
somos libres de depender de las obras inútiles e improductivas de la carne para
complacer a Dios.
“…si es infinito el valor de la Sangre del Hombre Dios e infinita la
caridad que le impulsó a derramarla desde el octavo día de su nacimiento y
después con mayor abundancia en la agonía del huerto, en la flagelación y
coronación de espinas, en la subida al Calvario y en la Crucifixión y,
finalmente, en la extensa herida del costado, como símbolo de esa misma divina
Sangre, que fluye por todos los Sacramentos de la Iglesia, es no sólo
conveniente sino muy justo que se le tribute homenaje de adoración y de amorosa
gratitud por parte de los que han sido regenerados con sus ondas saludables.
Y al culto de latría, que se debe al Cáliz de la Sangre del Nuevo
Testamento, especialmente en el momento de la elevación en el sacrificio de la
Misa, es muy conveniente y saludable suceda la Comunión con aquella misma
Sangre indisolublemente unida al Cuerpo de Nuestro Salvador en el Sacramento de
la Eucaristía…
…Esta Sangre, dignamente recibida, ahuyenta los demonios, nos atrae a
los ángeles y al mismo Señor de los ángeles... Esta Sangre derramada purifica
el mundo... Es el precio del universo, con ella Cristo redime a la Iglesia...
Semejante pensamiento tiene que frenar nuestras pasiones. Pues ¿hasta cuándo
permaneceremos inertes? ¿Hasta cuándo dejaríamos de pensar en nuestra
salvación? Consideremos los beneficios que el Señor se ha dignado concedernos,
seamos agradecidos, glorifiquémosle no sólo con la fe, sino también con las
obras…”
-Juan XXIII -